Entre julio y octubre pasados, de lunes a viernes y de 8 a 9:30 pm me senté con mi mamá frente al televisor para ver los programas de concurso de canto La Voz Kids y La Voz Senior de Caracol TV. Por La Voz Kids pasaron talentosos niños, desde pequeñitos de 4 años hasta adolescentes de 15. En La  Voz Senior hicieron presencia adultos de 60 a 95. Ambos programas son sin duda entretenidos y alegres. En medio de canción y canción los participantes contaban sus vidas, sus tristezas y alegrías, y todos al unísono concluían que haber participado en estos concursos, independientemente de que fueran eliminados en alguna instancia de los mismos, era prueba irrefutable de que “los sueños sí se cumplen”; lo dijeron desde José Alejandro de 6 años hasta Nubia Ibeth con 95. Y les cabía la razón, pues presentarse en televisión ante centenares de miles de televidentes era más que motivo de satisfacción, además de que su presencia en los concursos fue muy bien recibida y ampliamente aclamada. Absolutamente todos los concursantes recitaban como un mantra “los sueños sí se cumplen”, dejando la sospecha de que tal vez había un libreto detrás de esta manifestación.
Esta afirmación, que se ve a primera vista adecuada e irrefutable, y que sin duda muchas veces corresponde a la realidad, tiene otra dimensión, no tan alegre: las historias infinitamente más numerosas que no tienen final feliz. No cabe duda de que a quien triunfa en determinados oficios se le cumplen los sueños, pero ellos son una mínima fracción de la población. ¿Y qué queda para los demás? ¿El fracaso? Por un sueño cumplido son miles los rotos, con una carga de malestar muy grande. El cumplimiento de sueños se puede terminar convirtiendo en una tiranía.
Además, habría que mirar cual es la perspectiva casi unánime de cumplimiento de sueños que prima hoy: dinero, fama y poder. La ambición termina siendo el caldo de cultivo para competencias enconadas, para el florecimiento de la codicia y la egolatría, y para una lucha generalizada de los unos con los otros. Las pruebas están a la vista: la política y buena parte del mundo de los negocios.
Para agudizar esta tendencia, el crecimiento exponencial del mundo digital ha aumentado en número dramático la cantidad de gurús, influenciadores, coaches y asesores en las más variadas dimensiones de la vida, quienes operan como mentores de una masa enorme de personas que sueñan con reconocimiento, dinero, fama y éxito.  Entonces, se ilusiona a millones de personas con que sí pueden alcanzar las metas que fantasean, que hay un camino que estos ‘iluminados’ conocen, para que bajo su guía, siguiendo sus consejos, se logre el cielo en la tierra. Este es un fenómeno social de muchísimo más alcance de lo imaginado. Un engaño total a gran escala.  Se crea un mundo de fantasía, desconociendo de manera ignorante y temeraria realidades fácticas de la vida, creando un imaginario perfecto donde no hay dolor, tristeza, frustración, límites. Entonces, es suficiente con que la gente ‘decrete’ su destino, lo ‘visualice’, para que ocurra el milagro de la abundancia.
Y el milagro sí ocurre, pero para estos estafadores de sueños, quienes se llenan los bolsillos con el dinero que miles y miles de personas modestas ‘invierten’ en sus cursos, talleres, seminarios y retiros; o comprando sus libros. Y los ‘motivadores’ agregan a sus ganancias lo que reciben por su participación en las redes sociales, especialmente Youtube.
En estos tiempos de idolatría por una idea de felicidad y realización basada en la riqueza, el prestigio, el éxito, la fama, el poder y la banalidad, es bueno de cuando en cuando poner en entredicho esta azúcar que intoxica y causa diabetes social y espiritual. En este punto de quiebre del mundo, la naturaleza y la humanidad, bien vale la pena contemplar la idea de que una vida sencilla puede ser fuente de un tipo más sólido de felicidad, una que salga de adentro y que no sea adicta al dinero, los objetos, el poder y la vanidad.