Las elecciones del pasado 29 de octubre se prestan para muchas lecturas, desde variadas perspectivas e intereses. Y no por abordar solo unas implica que las demás no existan, es cuestión de espacio físico, por ejemplo en una columna, o énfasis que se quiera dar.
Lo primero que ha sido tema de discusión y foco es la relación de estas elecciones con el gobierno Petro, si hubo un castigo, si la izquierda creció o mermó, y si estas elecciones locales y regionales van a afectar el balance de fuerzas políticas a nivel nacional y el curso de las iniciativas legislativas del gobierno, tales como las reformas a la salud, laboral y pensional. La derecha ve en los resultados una desaprobación total a Petro y su gestión, y la izquierda pretende desligar los resultados del ámbito nacional e incluso muestra un incremento numérico de sus triunfos en estas elecciones en comparación con hace cuatro años. La derecha exagera pero le cabe razón y la izquierda niega lo evidente argumentando que no hay relación entre elecciones locales y política nacional y mira para otro lado ante un evidente traspié. Sin duda sí hay un fracaso de Petro en estas elecciones, pues siempre se espera que la fuerza política de un presidente que lleva solo 15 meses en el poder se manifieste en las regiones. Pero lo errático del Presidente en muchas de sus orientaciones como líder de la nación, lo ineficaz de su gestión y las dudas que surgen sobre su persona, hacen que el desencanto no proporcione impulso a su proyecto político. Además, una fuerza política requiere una organización a todo nivel, una estructura y un tamaño que le permita afrontar los retos operativos de las campañas, y la izquierda está todavía muy cruda. A esto hay que sumarle que su fuerza parlamentaria todavía se muestra novata en su ejercicio básico como congresistas y líderes políticos.
Pero tampoco es como dicen, quieren y sueñan María Fernanda Cabal, el Centro Democrático, el viejo establecimiento político y social, y en general tanta gente que tiene una visión de Estado y sociedad anclada en los valores de la derecha. No es momento de expedir un acta de defunción a la izquierda. Además, tampoco es buena noticia si la alternativa son los viejos caciques y mafiosos de la política que sacaron la cabeza hace menos de dos semanas.
Más allá de nombres particulares, en las elecciones quedaron más que en evidencia los dos fenómenos que han dominado nuestra política y vida pública en las últimas décadas: el clientelismo y la corrupción. Pero en una versión potenciada y cada vez más descarada. La política se ha ido solidificando como un negocio manejado por estructuras mafiosas y capos cínicos con rasgos sociopáticos que ocupan elegantes oficinas en el gobierno cuando deberían estar en la cárcel o atendidos por psiquiatras. Es casi imposible para personas decentes, con una educación y experiencia pertinentes para el oficio público, llegar a las posiciones de gobierno. Somos una democracia que nos permite elegir bandidos. Obviamente, hay excepciones, pero están en el margen de error de la prueba estadística.
Por último, los tarjetones electorales del pasado 29 de octubre evidenciaron a nuestros ojos un fenómeno que no ayuda para nada en el propósito de tener una democracia sana y decente: la multiplicación alegre de partidos políticos. Hoy tenemos 35. El propósito de no ser sojuzgados por el bipartidismo nos llevó al otro extremo: la anarquía de decenas de partidos muy poco serios y que básicamente sirven a los propósitos de poder y comerciales de sus dueños. Y una consecuencia de la multiplicación de los panes partidistas es la profusión de alianzas prosaicas que llegan a la promiscuidad e impudicia.
Ojalá en el horizonte aparezcan procesos sociales, experiencias de gobierno y líderes que sean semilla de algo distinto, de algo mejor.