Era tan natural considerar que la población afro fuese esclavizada y humillada en Estados Unidos que se debió librar una guerra sangrienta, la Guerra Civil (1861-1865), para abolir la esclavitud, la cual conocemos a través de Hollywood.
Como no existen editoriales colombianas que traduzcan las principales obras de historia mundial, por las versiones del cine, otra vez, sabemos que debió pasar otro siglo de luchas civiles para eliminar la segregación y la discriminación, y pudiese un afroamericano entrar en un baño público o subirse en un bus “de blancos”.
Además, “la discusión crítica de la esclavitud apenas apareció en los libros de historia antes de la década de 1960, un siglo después del conflicto”, según la historiadora Lynn Hunt. ¡Qué vergüenza!
El profesor emérito Roderick J. Barman escribió una obra sensible, titulada Princesa Isabel do Brasil. Género e poder no século XIX, en ella nos relata la historia de la princesa Isabel -nacida en Río de Janeiro, en 1846, e hija del emperador Pedro II-, como hija, esposa y madre.
Ella fue una de las nueve mujeres en el mundo que gobernó en el siglo XIX como monarca (junto a María II de Portugal, Victoria de Gran Bretaña, Isabel II de España, Liliʻuokalani de Hawái y Guillermina de Holanda) o como regentes (Isabel de Brasil, María Cristina de Borbón en Nápoles y María Cristina de Hamburgo).
De todas ellas, por el dominio cultural británico, la única famosa fue la reina Victoria.
La princesa Isabel no nació para ocuparse de asuntos públicos. Sus angustias no eran las del siglo, sino las que le correspondían a una hija o una esposa. Cinco años después de casada no había concebido un hijo que heredase el trono.
En 1871, su hermana murió de fiebre tifoidea y, al año siguiente, ella sufrió un aborto. Era una terrible premonición, teniendo en cuenta que su abuela paterna, la emperatriz Leopoldina, en 1826, murió al abortar su octavo hijo, como cuenta Roderick J. Barman.
También su tía, la reina María II de Portugal, en 1854, murió cuando dio a la luz su décimo primer hijo; otra tía de Isabel, Doña Francisca, tuvo dos peligrosos abortos seguidos.
Así, pues, esta mujer de carne y hueso, en 1888, a través de un acto legislativo -la llamada Ley Áurea, firmada por ella-, abolió en el hemisferio occidental la esclavitud sin necesidad de una guerra civil.
Desde entonces, la princesa Isabel fue conocida como la Redentora. Hasta 1930, los brasileños celebraban la liberación de esa aberración, que fue la esclavitud, como una gran fiesta nacional.
Mientras, en septiembre del 2022, Jair Bolsonaro, paradójicamente, “profundamente conmovido por la muerte de la reina Isabel II” de Inglaterra decretó tres días de duelo. En diciembre de ese año, se le ocurrió crear la Orden al Merito Princesa Isabel (de Brasil).
En respuesta, movimientos afro cuestionaron la perspectiva “muy blanca de la historia brasileña” y del papel excesivo adjudicado a la princesa Isabel en la liberación de los esclavos en desmedro de las doscientas asociaciones abolicionistas.
Es claro, como escribe Lilia M. Schwarcz, “las marcas del pasado esclavista aún atormentan al país”. Adiós a la Princesa Isabel.