El 13 de noviembre de 1985, hace 35 años, Colombia sufrió una de sus tragedias más dolorosas: la erupción del volcán nevado del Ruiz, que causó la muerte de 25 mil personas en Armero (Tolima) y otras 2 mil en Villamaría y Chinchiná (Caldas), debido a las avalanchas que corrieron veloces por el cauce de los ríos que nacen en la parte alta de la montaña. Es un triste recuerdo que nos tiene que servir para evitar que en el futuro ocurra algo parecido; por eso es preocupante que en el reciente simulacro nacional se hayan encontrado falencias en la red de alertas que existen en diferentes lugares de la geografía circundante al cráter y a los ríos y quebradas que allí nacen.
De todos modos, ese momento aciago de la historia de nuestro país y de nuestra región nos ha permitido aprender muchas cosas alrededor de la cultura del riesgo y tener una mayor conciencia acerca de la gravedad de la negligencia o el descuido en el monitoreo que siempre hay que tener de focos potenciales de destrucción como los volcanes.
En estos 35 años, desde el punto de vista institucional y también como sociedad hemos aprendido cómo identificar momentos críticos del volcán y qué medidas tomar en búsqueda de mitigar los efectos de una eventual erupción. La creación del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales ha sido un acierto, ya que sus científicos le toman día a día el pulso a la montaña.
El volcán ha demostrado durante este tiempo que permanece activo, con frecuentes emisiones de cenizas que evidencian la realidad de su amenaza. Por eso es fundamental que los pobladores de los alrededores del Ruiz y de las riberas de los ríos que allí nacen permanezcan atentos a los cambios. Si bien la actividad no ha pasado del estado amarillo en los años recientes no puede haber relajamiento en el seguimiento, porque en cualquier momento podría acelerarse su dinámica, más cuando se ha podido comprobar la conformación de un domo interno en el cráter Arenas que está en crecimiento.
El dolor de recordar debe convertirse en determinación para movilizarnos cuando se requiera una reacción rápida y eficaz frente a una posible emergencia. En la medida en que todos compartamos mensajes claros y se actúe con total calma y racionalidad, una eventual erupción del Ruiz podrá convertirse solo en una anécdota sin víctimas, que nos llene de mayor confianza hacia el futuro. El riesgo de que pase el tiempo y nos olvidemos de la prevención es real, y por ello es clave llevar estas reflexiones a las nuevas generaciones para que dimensionen la importancia de entender lo que puede ocurrir si no hay la precaución necesaria.
No hay duda de que contamos hoy con una infraestructura y un conocimiento científico que nos permite tener una mayor tranquilidad, pero hay que tener claros planes de contingencia y redes de apoyo que estén muy bien capacitadas. Lo verdadero es que un volcán activo como el nuestro puede desarrollar en poco tiempo comportamientos que nos pongan en riesgo, y por esto fechas como la de hoy no puede limitarse a lo protocolario, sino que debe marcar hitos más profundos en nuestras mentes.