Entre julio y septiembre la economía colombiana experimentó una caída del 9%, con respecto al mismo periodo del 2019, lo que evidencia los graves efectos de la pandemia de covid-19 y sus distintas expresiones. De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), que mide este indicador con base en los registros del Producto Interno Bruto (PIB), los golpes más duros los sufrió la construcción (-26,2%), el comercio (-20,1%) y la explotación de minas y canteras (-19,1%). Lo relacionado con hoteles y restaurantes y actividades de entretenimiento, recreación y otros servicios también ha sufrido demasiado.
Ahora bien, si se toma en cuenta que en el trimestre abril-junio, el peor en muchos años, el decrecimiento fue del 15,8%, es innegable que el país va camino a la recuperación. Entre trimestre y trimestre hay un crecimiento real del 8,7% en el PIB; esa es una cifra bastante positiva que no puede ser menospreciada, aunque nos mantengamos en terrenos negativos. Al final del año se tendrá un decrecimiento, que es lo esperable, pero con un indicador menos bajo. En el acumulado desde enero esa caída es de -8,1%, y se calcula que al cierre del año estará en cerca del -7%. Por negativa que sea, hay que tomar en cuenta que esta no es solo la situación colombiana y que la economía mundial tiene comportamientos similares, en general.
Es lógico que algunos técnicos interpreten que al completarse dos trimestres con indicadores negativos con respecto a periodos similares del año pasado estemos en una recesión, pero lo que debe observarse es que la gran caída del segundo trimestre se debió a una situación coyuntural externa, y que luego de empezar el proceso de reapertura, tras una cuarentena estricta, hay una reacción positiva que nos permite pensar que el cuarto trimestre será mejor y, si bien el consolidado final será negativo, la tendencia será hacia la recuperación total del aparato productivo en el 2021. Antes de asegurar que hay recesión, debemos tener en cuenta otras variables macroeconómicas, como cartera y comportamiento de precios, que habría que analizar de manera más profunda.
Así que, en lugar de ver esto como una tragedia, hay que apreciarlo con la esperanza de que el próximo año podamos crecer a un ritmo tal que se logren impulsos adicionales para mantener una dinámica en ascenso. Hay que darle más combustible al sector productivo, estimular el consumo interno, despertar la inversión y dejar atrás el pesimismo que, en coyunturas como esta, se vuelve un lastre para avanzar. Si recuperamos la confianza y leemos el fenómeno económico de la manera adecuada más fácil podremos ganar la lucha contra el desempleo y contra la expansión de la pobreza.
Lo fundamental es que hay comprobados elementos de impulso a la reactivación, la infraestructura productiva está intacta, se han implementado mecanismos alternativos que pueden mejorar la productividad y en la medida en que se recuperen los ingresos de los hogares la dinámica económica retomará su cauce y podrá aumentar su velocidad de crecimiento. Desde luego que hay muchos factores en juego, como la efectividad y rápida distribución de las vacunas que se están anunciando, y hay que trabajar más decididamente en reducir las desigualdades e inequidades que la pandemia ayudó a profundizar, para que el crecimiento futuro sea sostenible.