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Desde que surgieron los primeros escándalos de pederastia de miembros de la Iglesia Católica, en las últimas décadas del siglo pasado, en las altas esferas del Vaticano reinó la indiferencia y se quiso minimizar el problema de muchas maneras. Incluso en el 2001 se introdujo la excomunión a quien osara revelar situaciones de este tipo que involucrara a sacerdotes.

Por fin, la semana pasada, el papa Francisco tomó la decisión de reformar el Libro VI del Código de Derecho Canónico que trata de las sanciones penales en la Iglesia, eliminar el “secreto papal o pontificio” e introducir la pederastia como delito contra la dignidad de las personas, con un castigo concreto a partir del próximo 8 de diciembre.

Ya era hora de que se reaccionara frente a esa realidad vergonzosa que no puede ocultarse de ninguna manera, y en la que han estado involucrados altos jerarcas de la organización eclesiástica, quienes han cometido el crimen de pederastia o han encubierto a sacerdotes de todos los niveles, quienes amparados en su sotana han abusado de miles de niños y jóvenes en todo el mundo, muchos de ellos con limitaciones mentales, lo que hace más monstruosa esta conducta. Ya quedó establecido en la reforma que ese delito puede dar lugar a la expulsión del estado clerical, con lo que se derrumbaría el encubrimiento del que han gozado muchos hasta ahora.

El código canónico contiene ahora, de manera específica, todas esas acciones criminales que están contenidas en el concepto de pederastia, que no solo se refiere a quien abusa sexualmente de personas menores, o que “habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón, o a la que el derecho reconoce igual tutela” sino también quienes las reclutan o inducen “para que se expongan pornográficamente o para participar a exhibiciones pornográficas, tanto verdaderas como simuladas”. También se castigará al clérigo que “inmoralmente adquiere, conserva, exhibe o divulga, en cualquier forma y con cualquier instrumento, imágenes pornográficas de menores o de personas que habitualmente tienen un uso imperfecto de la razón”.

El papa Francisco, pese a las dificultades de esta decisión, demuestra con esto su compromiso con las víctimas, quienes en diferentes organizaciones en todo el mundo exigían desde hace décadas que se tomaran medidas que terminaran con la complicidad con este delito, que se quiso ocultar a toda costa. Con esto el pontífice da un paso adelante en solidaridad con los miles de víctimas y ratifica su visión progresista y justa, alejada de querer esconder una realidad que debe ser erradicada por medio de la prevención y del severo castigo a los criminales venían usando la Iglesia como escudo.

Es muy importante que todos los obispos y arzobispos de la Iglesia Católica en el mundo velen porque los autores de estos crímenes reciban la justa sanción. También deben seguir el ejemplo de Su Santidad de tomar el problema en serio y esmerarse en garantizar que los sacerdotes sean honestos y respetuosos de la dignidad humana. Tienen que estar comprometidos a compartir “denuncias, testimonios y documentos procesales relativos a los casos de abuso” con las autoridades civiles que los investigan. Es un paso legal histórico que ahora espera resultados concretos.