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Un día antes de la celebración en Manizales del 20 de julio de 1922 un incendio de grandes proporciones que se inició en la fábrica de velas de la hoy calle 20, entre carreras 20 y 21, dio inicio a lo que sería una década de dificultades para la ciudad. Hacer un poblado en medio de las montañas era ya considerada una gesta y la colonización antioqueña había retado la naturaleza con sus asentamientos en las laderas de las montañas, y el mayor reto era esta ciudad que había generado un crecimiento sin precedentes en el país, pues pasó de ser un villorrio a finales del siglo XIX a constituirse en una de las principales capitales apenas 20 años después, cuando se aproximaba a cumplir sus bodas de diamante.
Fueron tres los incendios que retaron a los manizaleños en los años 20, década que terminó con el crash económico mundial, con la caída del precio del café, con la pérdida del monopolio de las divisas que llegaban al país y directamente a Manizales, centro cafetero de Colombia. Los incendios en el centro de la ciudad provocaron que la ciudad empezara a experimentar esa resiliencia que distingue a sus gentes, en un territorio que está amenazado aún por la ocurrencia de conflagraciones, por derrumbes siempre, por la cercanía del volcán Arenas del Nevado del Ruiz, por estar en zona del Cinturón de Fuego del Pacífico, lo que la hace susceptible a terremotos. Esta vulnerabilidad en la que se ha construido el territorio también nos ha llevado a desarrollar planes que se han constituido en ejemplo.
Manizales y Caldas han ayudado a diseñar leyes que derivaron en el sistema general de prevención de riesgos, también ha formado cantidad de personas que llevan el liderazgo de la ciudad en la prevención de desastres a otras latitudes o al plano nacional. Corpocaldas que hace poco celebró su medio siglo de vida desde cuando nació como la recordada Cramsa para el manejo de laderas en riesgo es ejemplo entre las corporaciones autónomas regionales en ingeniería ambiental; los bomberos de Riosucio se pasan por el país ayudando a otras regiones cuando se presentan incendios forestales; nuestros rescatistas acuden a tragedias en otros países cuando se trata de colapso de estructuras; las Guardianas de la Ladera se han constituido en un valor para la prevención; y el conocimiento de los caldenses sobre las emisiones de ceniza y posible erupción volcánica es tema ganado, después de las malas decisiones previas a la erupción del volcán nevado del Ruiz en 1985.

Sin embargo, es cierto que en estos asuntos nunca se puede cantar victoria, porque basta una situación de emergencia media para que colapse el sistema de salud. También, si se pregunta en oficinas, colegios y en edificaciones de la ciudad cuál es el plan de emergencia o de evacuación pocos lo tienen interiorizado, a pesar de lo mucho que se ha ganado en este sentido, pero somos seres que olvidamos fácil lo vulnerables que somos ante la cruda realidad y la inmensidad de los fenómenos naturales. Por eso, todo lo que se haga en razón de estar preparados es poco y recordar que hace 100 años ni siquiera teníamos un cuerpo de bomberos nos debe servir para recordar que nunca son suficientes las precauciones que se tengan. Por eso preocupa que se haga poco para impedir nuevas urbanizaciones ilegales en terrenos deleznables. Esas son pruebas de que en la práctica nos falta mucho por aprender, a pesar de tantos buenos ejemplos de lo bien hecho.