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Cali vivió el domingo una jornada violenta en la que se combinaron todos los ingredientes de la irracionalidad. En decenas de videos que circulan por las redes sociales y que han sido divulgados por la prensa internacional, en hechos confusos se observa a civiles armados que disparan contra miembros de comunidades indígenas, que bloquearon la vía hacia Jamundí, así como a promotores de los disturbios que se movilizan en elegantes camionetas. Todo habría comenzado por el supuesto intento de los indígenas de ingresar a centros residenciales de estrato alto. El resultado fue nueve personas heridas, cuatro de ellas de gravedad.

Desde el pasado 28 de abril reina la zozobra, cuando en la primera jornada del paro nacional turbas de vándalos destruyeron sedes bancarias, saquearon supermercados y cometieron acciones vandálicas como nunca antes se había visto en la capital vallecaucana. A esto siguieron enfrentamientos en puntos neurálgicos de la ciudad, como en Siloé, donde la represión policial alcanzó niveles que han sido repudiados por distintas organizaciones de derechos humanos.

Los bloqueos a las vías y la violencia en las calles ha llevado a que Cali padezca un grave desabastecimiento de alimentos y de gasolina, a que los líderes de la ciudad manifiesten su incapacidad de lograr el apaciguamiento, que en medio de toda clase de señalamientos contribuyan a agravar el caos reinante. En la madrugada de ayer, luego de negar varias veces la posibilidad de su presencia en la ciudad, el presidente Iván Duque encabezó un consejo de seguridad, en el que se acordaron estrategias para mantener el control sobre Cali y el Valle del Cauca.

Lo cierto del caso es que de las cerca de 30 muertes violentas que se contabilizan en Colombia, desde que comenzaron los disturbios hace 13 días, 22 ocurrieron en Cali, lo que muestra la gravedad de lo que allí ocurre. Hay allí un auténtico polvorín, con toda clase de ingredientes, ya que la cercanía con el Cauca también influye para que se asienten allí problemas ligados al narcotráfico y a otras mafias y organizaciones delincuenciales, que también se juegan sus intereses en medio del desorden y la confusión.

Ayer, en medio de las tensiones, se recuperó en algo la cordura, al facilitarse la apertura de “corredores humanitarios” que permitieron el ingreso de alimentos y medicinas, pero las marchas de protesta y los bloqueos internos persisten, pese a que el presidente Duque estrenó en esta ciudad el concepto de “asistencia militar”, que le permite llevar el ejército a centros urbanos. También ayer, después de mucha espera, el presidente se reunió con los líderes de paro, con el fin de hallar salidas a sus reclamos y a la ola de violencia que se ha paseado por todo el país.

El gran desafío del Gobierno Nacional, para que lo ocurrido en Cali no se termine extendiendo al resto de Colombia, es que de manera más ágil y proactiva se escuchen las voces que exigen respuestas efectivas para los problemas que afronta el país desde hace tiempo, y que se han agravado durante la pandemia de covid-19. Hay que ser conscientes de que miles de jóvenes afrontan graves dificultades y ven un futuro sin esperanza, lo que lleva a muchos a la desesperación. Si hay escucha, así las soluciones tomen tiempo, será posible pasar esta negra página de nuestra historia.