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Marmato es sinónimo de minas de oro. Cinco siglos de explotación del metal precioso en el Cerro El Burro hace que en la genética de los marmateños la identidad con la actividad minera sea plena. En el noveno Encuentro de Marmatólogos se habló de ese significado y de los desafíos que tienen al frente los pobladores de este municipio del occidente de Caldas. Con visión académica analizaron la importancia de la consulta popular ordenada por la Corte Constitucional, antes de dar el paso a la gran minería, que ejecutaría allí la Gran Colombian Gold, empresa a la que el Estado colombiano entregó hace cerca de 12 años títulos en esa zona para su explotación a gran escala.
Así pues, en la historia ancestral de este poblado la minería tiene una importancia capital, y es justamente ese peso cultural y socioeconómico el que fue objeto de reflexiones, en el que la minería a pequeña y gran escala fueron protagonistas. Cualquiera que observe hoy de manera crítica lo que ha ocurrido por siglos en Marmato debe concluir que la inmensa riqueza de este pueblo se ha evaporado, como en casi todas las poblaciones premiadas por la minería, el impacto para el bienestar social no se ve, la prosperidad económica tampoco, y el efecto negativo para el ambiente es innegable.
La discusión actual debe ser la oportunidad para adoptar las mejores decisiones para este municipio caldense, con la clara meta de lograr progreso social en todos sus aspectos, lo social, lo ambiental, lo económico; ganancia real en calidad de vida. Si se ha de proteger y seguir adelante con las prácticas artesanales, es necesario que se garanticen mínimas condiciones de seguridad industrial, que pongan fin a los numerosos accidentes que cada año provocan víctimas que quedan con facultades limitadas o que, inclusive, pierden la vida. Además, hay que mejorar los métodos de explotación para que el ambiente no siga sufriendo.
Si el camino adoptado es abrirle el paso a la gran minería, además de garantizar seguridad industrial para los operarios, es fundamental una efectiva protección del ambiente, además de compensaciones suficientes para su impacto negativo en lo social y en lo ambiental. Una ventaja en este sentido sería la formalización del oficio, con la que se deberían poder incorporar a las nuevas tareas mineros tradicionales y permitirles que su conocimiento de la montaña y de su actividad aporte en forma positiva. Conservar lo ancestral no debería reñir con cambios para mejorar, y que ojalá después de 500 años por fin se empiece a ver y sentir el bienestar para las familias marmateñas, conformadas en alto porcentaje por comunidades afro e indígenas.
Han pasado ya dos años desde el dictamen de la Corte y todavía no se ha podido ejecutar la consulta previa. Ojalá que pronto se reúnan los recursos necesarios y haya claridad acerca de las preguntas a formularse, las cuales deben ser planteadas de manera objetiva, que no se orienten a que la comunidad tome una decisión equivocada. Marmato es patrimonio histórico y minero, incluso con gran potencial turístico que también debe ser cuidado. Por lo que es fundamental que el paso que se dé no rompa abruptamente con el pasado, pero tampoco cierre las puertas de un mejor porvenir.

El traslado del poblado que desde hace ya cerca de dos décadas comenzó a ejecutarse hacia el Llano debe consolidarse y brindar allí a los marmateños condiciones dignas de habitación y servicios de salud y educación que, sin desligarse de lo ancestral de la minería, ayude a las nuevas generaciones a encontrar opciones de desarrollo que logren que la riqueza de las minas se traduzca en bienestar y progreso.