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Tal y como lo vienen haciendo las escuelas y los colegios públicos y privados en el país, las universidades también se enfrentan al compromiso de una presencialidad del 100%, en el camino de recuperar gran parte de lo que no se hizo de la manera adecuada en los meses pasados y para volver a tomar el ritmo hacia un mejor aprendizaje futuro. No es tarea fácil después de cerca de dos años de aislamiento obligado y de un periodo de alternancia en el que predominó el estudio a distancia con la ayuda de herramientas tecnológicas. 
No puede haber duda acerca de que la experiencia de la pandemia ayudó a que muchos procedimientos pedagógicos que antes eran subestimados lograron avanzar de manera rápida y eficiente, sobre todo en el ámbito de la educación superior. Esos son aprendizajes que no pueden echarse por la borda ahora que se avanza hacia el regreso total a las aulas, sino que deben servir como complemento para lograr cada vez una educación con mayor cobertura, calidad y pertinencia. Además, la posibilidad de acceder a otros docentes y estudiantes de otras latitudes y experiencias se volvió ahora una realidad para aprovechar.
Durante todo este tiempo se ganó la posibilidad de tener más y mejores programas virtuales, ser más flexibles y creativos en los procedimientos de aprendizaje y la posibilidad de trabajar en equipo, pese a la falta de proximidad física. Esos son valores importantes que no pueden mirarse de soslayo, y más bien aprovecharse al máximo. La presencialidad podrá recuperar ese acercamiento fundamental entre estudiantes y docentes que le pueden dar más sentido al camino hacia una mejor comprensión y análisis de la realidad, pero tampoco puede ahora mirarse de manera exclusiva.
Ahora bien, el actual propósito es que el aula de clase vuelva a ser la protagonista en el proceso educativo, y eso debe conducirnos a reflexionar acerca de todos aquellos procesos académicos en los que la presencialidad es esencial e irremplazable, y en esos otros en los que una virtualidad bien dirigida puede arrojar frutos valiosos en competencias más afines a los desafíos del mundo contemporáneo. También debemos revisar lo que en el pasado solo se volvió costumbre, pero que con un espíritu innovador puede orientarse hacia mejores resultados.
Para cumplir cabalmente con tales retos, las comunidades educativas alrededor de las universidades deben hallar los caminos y procedimientos que permitan alcanzar el mejor rendimiento posible, y en las condiciones seguras requeridas para no tener luego que echar reversa. Así, las garantías de bioseguridad en los establecimientos universitarios, la aplicación y respeto de los protocolos, y el compromiso institucional por el bienestar de todos los miembros de estos centros de educación superior tienen que estar en primera línea.

En el informe presentado por este diario el pasado fin de semana se evidencia el compromiso de los directivos de las universidades para que la experiencia del retorno sea positiva. De igual manera es necesario que los demás actores universitarios trabajen de la mano hacia esos objetivos, y que entre todos hagan de nuestros centros de educación superior lugares plenos de crecimiento personal y profesional, ahora inclusive con mayores ímpetus.