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Los más recientes resultados de las pruebas Pisa que realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) dejan a Colombia en la última posición de los países miembros de ese organismo. Dicha evaluación, que se concentra en los niveles de lectura, matemáticas y ciencia, y que se aplica a estudiantes de educación media, de 15 años de edad, desnuda la realidad de nuestro sistema educativo, con profundas deficiencias que todavía no reciben solución. Los datos corresponden al 2018, y resultan ser muy parecidos a los del 2015. Es decir, no hemos avanzado en nada y es una tarea pendiente.

De acuerdo con esa medición, Colombia mejoró levemente en matemáticas, pero descendió en lectura y ciencias con respecto a los resultados del 2015. Los puntajes alcanzados evidencian lo mucho que falta para poder ocupar un lugar digno en ese escalafón, en el que estamos muy por debajo del promedio. De hecho, Colombia obtuvo 391 puntos en matemáticas (sobre 600), apenas uno más que hace tres años, mientras que en lectura obtuvimos 412 puntos (13 menos que en 2015) y en ciencias el puntaje fue 413 (3 menos). En las tres pruebas estamos entre 75 y 98 puntos por debajo del promedio de los países OCDE.

De acuerdo con investigadores de esa organización internacional, desde el 2006, cuando Colombia participó por primera vez en esas evaluaciones, se ha tenido una mejora en las tres materias, lo que indica que se va por el camino acertado, pero falta un mayor empeño para avanzar con más rapidez. Las mediciones tienen que servir para algo, no solo para saber cómo estamos con respecto a otros, sino principalmente para tomar decisiones que cierren las brechas y nos permitan ser más competitivos. Así las cosas, no solo tenemos que enfocar esfuerzos en la educación, sino hacerlo donde más se necesita, en los niveles de básica primaria y media vocacional. Está identificado que en nuestro país el bajo desempeño académico de los jóvenes tiene relación directa con su entorno socioeconómico.

Es verdad que Colombia ha avanzado bastante en tener servicios de alimentación y transporte escolar que cada vez funcionan de mejor manera, que hay una mejoría significativa en infraestructura y que las condiciones laborales de los educadores, en general, también han mejorado. Sin embargo, la calidad educativa sigue rezagada, al parecer porque la inversión no se ha enfocado de manera adecuada, o porque los actores del sistema educativo no hacen lo suficiente. Por ejemplo, los maestros se siguen negando a la aplicación de evaluaciones que logren cualificar de mejor manera el recurso humano docente, y tal vez allí está el meollo del casi nulo avance en la calidad educativa. Renovar metodologías de enseñanza y capacitar y evaluar mejor a los profesores es un paso clave y urgente.

La mejora en la calidad educativa nace, necesariamente, en el aula. Así que la gran responsabilidad de avance en este aspecto es de los educadores, quienes está bien que luchen permanentemente por sus derechos, pero que deberían poner en primer plano los derechos de sus jóvenes alumnos de recibir la mejor educación posible. Otro punto de desenfoque puede ser que nos estamos preocupando mucho por la educación superior, sin que ello esté mal, cuando la mayor preocupación y esfuerzos deberían tener hincapié en la calidad educativa que se les imparte a los niños desde los primeros años de vida. Los mejores maestros tienen que estar en los lugares con mayores vulnerabilidades. Si queremos resultados positivos en nuestra educación es fundamental revisar el orden de prioridades que hoy tenemos.