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Hace un mes lamentamos que durante julio se cometieran 26 homicidios, lo que representó casi que un asesinato diario en Caldas, una estadística que desde hacía mucho tiempo no se veía en esta región. Lo más grave es que agosto se mantuvo con esa misma tendencia de violencia, lo que genera una gran desazón, ya que pese a los llamados de atención e insistencia sobre la urgente necesidad de buscar alternativas de solución a este problema, es muy poco lo que se avanza.
La situación es especialmente preocupante en Manizales, donde estamos a muy poco de igualar la cifra de asesinatos de todo el 2020. Hasta ayer se contabilizaban 37 homicidios en la capital caldense, cuando en todo el año pasado esa cifra ascendió a 47. Si se tiene en cuenta que en los primeros ocho meses del 2020 se tenía un acumulado de 25 homicidios, este año se tiene un crecimiento del 50% en esas estadísticas.
Además, cuando todavía falta una tercera parte del año para cumplirse el 2021, la cantidad de estos hechos violentos está disparada en la ciudad, lo que exige una reacción más decidida de las autoridades para prevenir con más eficacia. Tenemos que ser conscientes de que cualquier muerte violenta de un ser humano es repudiable, y hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitar que estas situaciones violentas se repitan.
Más preocupante aún es que, según las autoridades municipales, cerca del 90% de los hechos que terminan con la muerte violenta de una persona está relacionado con problemas intrafamiliares o líos de intolerancia. Dicho de otra manera, los asesinatos tienen origen en buena medida en situaciones que pudieron evitarse con una mejor comunicación y búsqueda de entendimiento y sana convivencia en el interior de los hogares y en comunidades específicas en las que interacciones mal llevadas terminan en violencia.
En el contexto de todo Caldas el problema tiene características similares, con graves problemas en Chinchiná, entre otros municipios. En la población cafetera, no obstante, desde la semana pasada las autoridades trabajan intensamente, lo que ha conducido a la recuperación relativa de la calma. El año pasado el departamento cerró con una tasa de 14,9 homicidios por cada 100 mil habitantes, todavía muy alta con respecto al promedio mundial, que está en cerca de 6,1 casos por cada 100 mil habitantes. Como vamos hasta el momento, en lugar de mejorar, el 2021 podría terminar con un mayor deterioro.

No se le puede echar toda la culpa a las consecuencias de la pandemia de covid-19 que afrontamos, aunque sí hay que revisar la posible relación de algunos de estos hechos con problemas en la salud mental que nos llevan a ser más irritables. Sin embargo, como sociedad tenemos la obligación de hurgar de manera más profunda en los motivos de la violencia cotidiana y buscar fórmulas para superarla. No podemos conformarnos con ver que las muertes violentas se vuelven parte “normal” de la cotidianidad, sino, por el contrario, evidenciar su carácter inhumano, su alejamiento de lo que puede considerarse natural y racional.