En la tarde del 30 de diciembre del 2019 la Comisión de Salud Municipal de Wuhan, sur de China, publicó en Internet un “aviso urgente” en el que pidió a todas las instalaciones médicas que estuvieran alerta y pusieran en marcha sus planes de emergencia. La razón: se había descubierto un nuevo coronavirus (virus de origen animal) que ponía en riesgo la salud pública. Ya 124 personas habían enfermado de eso que después fue llamado covid-19 y algunas habían muerto. La realidad un año después es que hay unas 81 millones de personas contagiadas por ese patógeno en el mundo y 1,8 millones son los fallecimientos por esa causa.
Un año después también se produce la condena a cuatro años de prisión para Zhang Zhan, de 37 años, una reportera ciudadana china que cubrió el inicio del brote en ese país. Fue declarada culpable de “buscar altercados y provocar problemas”, un cargo usado frecuentemente en China contra activistas. Si la pandemia tiene en aprietos la salud pública en el mundo, pese a que ya existen vacunas para tratar de controlarla, las libertades y el derecho a la información sufren un duro revés que tiene que ser repudiado por el mundo entero. Gracias a personas como Zhan pudimos enterarnos de lo que pasaba y tomar algunas medidas de precaución; de lo contrario tal vez la situación con el coronavirus sería aún peor.
Inicialmente se pensó que podría ser algo similar al MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) o SARS (síndrome respiratorio agudo severo), los cuales pudieron ser controlados poco después de su descubrimiento. En realidad se trataba de casos de neumonía severa de origen desconocido, que los médicos de esa región china no entendían, y se sospechaba que el brote había surgido en el mercado de mariscos de Wuhan, por lo que el 1 de enero de este año fue cerrado.
Todavía hoy no es claro si allí ocurrió, en realidad, el primer contagio de esa enfermedad que es severa con los adultos mayores y personas con comorbilidades, y que puede ser imperceptible en otras personas. Fue en marzo cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) determinó que estábamos ante un fenómeno totalmente nuevo que se convertiría en pandemia, como efectivamente ha ocurrido.
Para tratar de contener su expansión se tomaron y se siguen tomando estrictas decisiones de confinamiento para tratar de cortar la cadena de contagio, lo que ha representado un duro golpe para todo el aparato económico. Durante este año también surgieron teorías de la conspiración acerca de que el virus fue creado en laboratorio como una herramienta de guerra geopolítica, lo cual fue luego desmentido por científicos que analizaron el genoma del patógeno, sin encontrar indicios de ello.
Durante este tiempo el mundo científico ha conocido el coronavirus, ha visto sus mutaciones y sabe qué fármacos sirven más para tratamientos exitosos, pero sobre todo logró el tiempo récord tener vacunas, las cuales todavía requieren ajustes para ser totalmente efectivas y seguras. Un año después hemos aprendido mucho de esta enfermedad, sabemos cómo la bioseguridad nos protege, pero las cifras de contagio siguen subiendo y las muertes se incrementan día a día. La esperanza es que en pocos meses la emergencia sea controlada, la economía se recupere y podamos recobrar la tranquilidad.