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La reunión de los ministros de finanzas del G20 es tal vez la más importante de los últimos años, incluso casi por encima de las que han tenido los presidente y primeros ministros que forman parte de este exclusivo club de los más ricos del mundo, los que mueven la economía del planeta. Y la importancia la da el hecho de que la reunión se cumple en un momento en el que la economía mundial está afectada por una escasez de materias primas, por el golpe a la logística internacional que aún no se recupera, por la invasión de Ruisa a Ucrania y derivado de esta por la escasez de alimentos y el incremento continuo de los fertilizantes. Esto se suma, por supuesto, a la incertidumbre que tiene Europa de ser autosostenible en materia energética. Hoy no lo es y el mercado lo demuestra en los costos.
La reunión de estos expertos en Bali (Indonesia), una de esas economías que han sorprendido en el presente siglo, empezó por acusar a Rusia de buena parte de los males que agobian a la economía mundial, sin restarle importancia al efecto de la pandemia por la covid-19, que sigue pasando cuentas de cobro, después del encierro obligado, según los gobernantes; exagerado, según muchos economistas. La preocupación es porque estas realidades macroeconómicas las sufren de primera mano y de forma más gravosa los pobres del mundo, en donde se cuenta buena parte de la población lationamericana.
A pesar de la buena voluntad de los ministros y de los protocolos que se firmaron para excluir de las sanciones a Rusia los alimentos y los fertilizantes, la realidad es que se necesitará mucho más para poder controlar la inflación galopante en el mundo, la revaluación del dólar y la incertidumbre energética que genera volatilidad. Las medidas que se tomen tienen que pensar en cómo generar ingresos para precisamente los más pobres, que padecen por partida doble, por la escasez de los alimentos y por el encarecimiento de los mismos. Por eso, la prioridad es ver cómo se contiene una posible recesión que se pueda presentar en los Estados Unidos, y que ha generado más preocupación con la caída del crecimiento en China, motor de la economía mundial.
Resulta por lo menos esperanzador que se estén buscando soluciones para poder revertir la situación actual que ha obligado a todos los países a replantear sus metas de crecimiento a la baja y de inflación al alza. Si no se toman medidas en conjunto, como las que se acataron casi por consenso, durante la aparición de la covid-19 va a ser muy difícil que se logren los objetivos.

Es obvio que la economía corresponde a ciclos, pero también que se pueden tomar medidas contracíclicas. No obstante, en un mundo interconectado, en el que el estornudo de un grande resfría al planeta, es necesario ponerse de acuerdo para entender que lo que importa es cómo reducir los niveles de pobreza, ojalá de desigualdad y, sobre todo, que se cumpla con los objetivos de desarrollo del milenio en lo que tiene que ver con acabar con el hambre en el mundo, una tarea que se dificulta precisamente por esta situación de encarecimiento y escasez de comida. Ojalá estos ministros de finanzas con las decisiones tomadas logren aportar a los fenómenos que dependen del mercado. Ese es su reto y si lo logran, el mundo lo agradecerá.