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La semana pasada terminó la lectura del fallo con el que la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Antioquia condenó a Elda Neyis Mosquera García, quien como comandante del Frente 47 de las Farc, llevó el alias de Karina. La condena consistió en ocho años de prisión, que ya pagó, y una indemnización de $94 mil 149 millones. Ese mismo día también fueron sentenciados otros 7 exguerrilleros que ya cumplieron con la respectiva pena privativa de la libertad, y que también pidieron perdón a sus víctimas por los crímenes cometidos.

Karina, quien se desmovilizó en el 2007 en zona rural de Sonsón (Antioquia), en límites con el norte de Caldas, se mantuvo detenida en una brigada militar de la región de Urabá, y durante un tiempo actuó como gestora de paz. Aunque no puede justificarse de ninguna manera sus acciones como victimaria, ante sus víctimas, a las que les pidió perdón, aseguró: “Tal vez en mi niñez, hasta mi momento de ingresar a las Farc, fui víctima del Estado, pero lamentablemente me convertí en victimaria”. Por eso, para romper el círculo de la guerra, es fundamental avanzar por los caminos de la reconciliación.

Su historia evidencia la degradación del ser humano en medio de la guerra. Desde los 16 años, cuando ingresó a esa organización, no solo presenció y practicó la perversa política sistemática de aborto aplicada a las guerrilleras, sino que actuó de manera sanguinaria en masacres y toda clase de abominables crímenes de homicidio, secuestro, extorsión, desplazamiento y desaparición forzada, entre otras violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, en el Eje Cafetero, Antioquia, Chocó y Córdoba, principalmente.

La sentencia a Karina, la cual tendrá que ser revisada por otros magistrados de Justicia y Paz, y que el 1 de julio deberá ser ratificada, ocurrió en medio de dos importantes golpes de la Fuerza Pública a la delincuencia organizada. Primero, la baja de alias Matamba, quien se había escapado a mediados de marzo de la cárcel La Picota de Bogotá, en una situación que comprometió a los guardias del Instituto Penitenciario y Carcelario (Inpec). Segundo, la baja de Leider Johany Noscue, alias Mayimbú, comandante de las disidencias de las Farc en el Cauca.

Estos dos hechos, que fueron antecedidos de las muertes de alias Iván Mordisco y alias Gentil Duarte, en enfrentamientos con la estructura criminal de alias Iván Márquez, en territorio venezolano, cerca de Arauca, siguen demostrando que quienes escogen dedicar su vida a la violencia tarde o temprano mueren en su ley. Hay que tomar en cuenta, además, que Mayimbú había quedado al mando tras la baja de alias Jhonier, y que Matamba era considerado por las autoridades como sucesor del extraditado Otoniel, al frente del Clan del Golfo.

Resulta claro que siempre que cae un comandante hay quien toma el manejo de esas organizaciones criminales, muchas veces en medio de una lucha a muerte por asumir el mando, y así en un círculo vicioso que evidencia que esas estructuras siguen vivas, a veces más sanguinarias, tras la caída de la supuesta cabeza. Por eso, para solucionar de fondo esta situación, hay que repensar la lucha contra el narcotráfico, actividad que financia el crimen organizado, y encontrar una nueva manera de enfrentarlo y evitar que siga siendo tan buen negocio, tan atractivo para mafiosos dispuestos a morir en su ley.