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El 2020 ha sido un año extraño, totalmente distinto a lo acostumbrado, pero nos ha permitido encontrarnos de frente con nuestras mayores debilidades y nos ha obligado a pensar en asuntos esenciales que antes no captaban nuestro interés. La emergencia de covid-19 nos ha mostrado nuestra condición real de seres humanos, nos ha desnudado ante una fragilidad que muchos considerábamos superada y nos ha hecho pensar acerca del inmenso valor de vivir.
 Este es un tiempo de crisis, sin duda, entendido ese concepto como una urgencia de cambio, como un proceso de transformación necesaria en la búsqueda de ser mejores. Frente a la época específica de la Navidad, el papa Francisco ha hablado de manera directa, sin eufemismos. Nos hace un llamado de atención contundente: el consumismo tiene “secuestrada” la Navidad y tenemos hoy un frenesí de hacer cosas, cuando “lo importante es Jesús”, porque en el pesebre de Belén lo que hay es realidad, pobreza y amor. “Cuántas veces nuestra vida está hecha de postergaciones, incluso nuestra vida espiritual! Sé que me hace bien rezar, pero hoy no tengo tiempo; sé que ayudar a alguien es importante, pero hoy no puedo. Lo haré mañana, es decir, nunca”, dijo esta semana el pontífice.
 A la medianoche de hoy celebraremos el nacimiento del niño Jesús, lo cual significó la llegada al mundo hace 20 siglos del hombre que trajo un mensaje de perdón y amor al prójimo. Esta es una fecha que invita a la solidaridad, la reconciliación y la generosidad, pero en la que nuestras expresiones de cariño y afecto deben estar mediadas por comportamientos responsables, en las que nuestro mejor regalo para familiares y amigos sea evitar de nuestra parte afectarlos en su salud. La idea es compartir con la misma determinación amorosa pero sin expresiones excesivas y en ambientes sanos, alejados de las aglomeraciones y con bioseguridad.
 Si esta fecha siempre tiene ese significado profundo de necesaria fraternidad, en esta ocasión esa idea debe ser más fuerte y clara. La buena convivencia debería ser el comportamiento cotidiano de todos, lejos de negativos sentimientos de odio, rencor, resentimiento y demás emociones que afectan a otros y a nosotros mismos. Como humanidad tenemos la enorme tarea de superar absurdas discriminaciones de clases, etnias, culturas, ideologías, sexualidad y religión, y entender que como seres humanos todos somos dignos de una vida que sea respetada.

Desde el pasado 16 de diciembre y hasta hoy hemos estado celebrando la novena de aguinaldos, con la que recreamos las esperanzas de María y José en su angustioso viaje hacia Belén, ejemplo que nos debería servir para superar las distintas adversidades que nos atacan y frente a las cuales a veces flaqueamos en medio de la desesperanza. Hay que aprender de esos episodios históricos el tesón, la fuerza espiritual y el ánimo de encontrar un mejor futuro. Debemos pasar las páginas oscuras y avanzar hacia la claridad. Esa es la invitación que nos hace hoy esta época de Navidad.