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Estamos ya en la cuenta regresiva hacia la elección presidencial del próximo 19 de junio, en la que los colombianos tendremos que escoger entre dos opciones populistas: Gustavo Petro, del Pacto Histórico, y Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción. Los días recientes han estado marcados, infortunadamente, por una campaña turbia, en la que las mentiras, las exageraciones, los golpes bajos, las filtraciones, la propaganda negra y toda clase de conductas censurables se han vuelto parte de la cotidianidad. Es contradictorio que quienes pretenden representar en el poder al pueblo colombiano no sean ejemplo de ética, respeto y responsabilidad.
Las grabaciones internas de la campaña de Petro son repudiables, por el contenido de los videos en los que se habla sin escrúpulos de estrategias para borrar de la competencia a los adversarios políticos. Se dirá, y es cierto, que eso ocurre en todas las campañas políticas en el mundo, que no es novedad, pero ver cómo el mayor esfuerzo se enfoca en atacar con mentiras a los otros, que en posicionar las propuestas del propio candidato es, realmente, lamentable. Es un punto esencial de una democracia contra el que hay que ejercer todo el rechazo.
Es una guerra sucia que merece todo el repudio donde quiera que se presente en una democracia. No se puede hacer campaña usando estrategias oscuras cuando se asume el compromiso público de hacer una campaña supuestamente limpia y respetuosa de los adversarios. Así mismo, tampoco puede hacerse una campaña contra la corrupción echando mano de de herramientas corruptas y todo tipo de marrullerías.
Los ciudadanos no podemos dejarnos llevar por los engaños, por la campaña de mentiras y desprestigio que desde cualquier extremo se emprende en contra de cualquiera de los candidatos. Debemos comprender que la lucha por el poder es siempre compleja y que ahora, con las redes sociales, el riesgo de caer en cadenas de falsos mensajes y tergiversaciones es real. Lo fundamental es ir a las fuentes que sean equilibradas, objetivas, que no estén marcadas por intereses distintos a los de informar con la verdad y que permitan que sus audiencias formen su propio criterio para escoger la mejor opción.
Nos quejamos de los altos niveles de abstención, de que los jóvenes no quieren saber de política, de que vivimos una profunda crisis de participación, pero lo que hacen los políticos es volver nauseabundo ese mundo de la política con prácticas cada vez más bajas. Quienes aspiran a gobernar tienen que ser un buen ejemplo para la sociedad, tienen que enseñar valores positivos, tienen que ser referentes de comportamiento ético y seriedad, su pedagogía tiene que ser constructiva y no pueden aceptar, y menos, liderar, el todo vale. Tiene que entenderse que bajo ningún escenario el fin justifica los medios.

Habría sido ideal que la campaña se hubiese concentrado en las propuestas de los candidatos y que, inclusive, hubieran debatido para tener mayor claridad de lo que podrían ser sus gobiernos, pero estamos ante la difícil realidad de tener que escoger entre dos opciones que generan, infortunadamente, gran incertidumbre. Ahora bien, la democracia es imperfecta, pero hay que persistir en ella.