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“El orgullo de una raza” fue uno de los tantos lemas que tuvo Manizales en busca de marcar una identidad. ¿Raza de qué? Se preguntaba el poeta Luis Carlos González y, con palabra soez, nos concluía que no había méritos para sentirnos más que otros. Traemos a colación estos recuerdos a propósito de la decisión del Ministerio de Cultura de dejar de conmemorar cada 12 de octubre, como fue tradición, el Día de la Raza. Era una fecha por cuenta del encuentro de culturas que se propició en 1492 con la llegada de los españoles a América. Sin embargo, la Organización de Naciones Unidas, desde hace rato proscribió el término de la palabra raza, en atención a que en términos biológicos no hay distinciones entre humanos.
En acatamiento a las recomendaciones de académicos y grupos conocedores, el Ministerio optó por hacer de este día en adelante el de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana, un nombre que busca destacar lo pluriétnico y multicultural que reconoce nuestra Constitución. Una forma de homenajear las culturas afro e indígena, punto clave y que sirva no solo para generar reflexiones, sino para que se pase realmente a aceptar que todos somos iguales y que esto se vea en las decisiones que así lo demuestren.
Acatar este tipo de recomendaciones muestra la apertura en estos asuntos, sobre todo en temas culturales sobre los que la evolución es permanente. Para decidir sobre ello, también se tuvieron en cuenta conceptos de instituciones tan respetadas como el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh). No quiere decir esto que entonces se deba desconocer la mezcla europea que también pasa por nuestros genes, pues justamente es el crisol el que ha forjado al americano de hoy. No tiene sentido desconocer esta mezcla. Intentarlo es pretender borrar la historia.
Desde hace rato la ciencia viene recomendando que no se use la denominación de raza para referirse a sectores de la población que viven en territorios diferentes, pues las diferencias genéticas son prácticamente inexistentes, distinto de lo que sucede, por ejemplo, con los chimpancés. La sociología lo había recomendado mucho antes. A esto hay que sumar que el concepto tradicional de raza ha estado ligado a connotaciones negativas y que no prestan servicio alguno al entendimiento del género humano. El pensador Yuval Noha Harari recuerda en su libro 21 lecciones para el siglo XXI que los intentos de los nazis y los comunistas para determinar de manera científica las identidades humanas de raza y clase demostraron ser una pseudociencia peligrosa.

Y desde entonces los científicos han sido muy reacios a colaborar en la definición de cualesquiera identidades naturales respecto a los seres humanos. Ese pasado es suficiente para pensar que vale la pena entendernos de una vez por todas como parte de la especie humana, a pesar de que los caracteres hereditarios ancestrales nos hagan ver físicamente diferentes, pero el ADN así lo prueba, somos los mismos y no tiene sentido ahondar en atavismos que nada bueno han traído y que solo han servido para que algunas naciones busquen justificaciones a sus desvaríos.