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Por estos días se habla mucho de la aceleración de la pandemia de covid-19 en el país, lo cual es bastante grave, pero no es menos grave que, de acuerdo con cifras entregadas por el DANE el pasado jueves, también es veloz el crecimiento de la pobreza en Colombia. De hecho, la pobreza monetaria (una persona vive con menos de $327 mil 674 mensuales) subió al 42,5% el año pasado, cuando en el 2019 estaba en 35,7%, un aumento de 6,8 puntos porcentuales. De 17,4 millones de personas en pobreza monetaria se pasó a 21 millones en el último año. Los programas sociales impulsados por el gobierno sirvieron para contenerla un poco, pero fueron insuficientes para evitar su crecimiento.

 No es sorpresivo. Era previsible que las medidas de restricción adoptadas para frenar la pandemia tuvieran un impacto negativo en todas las personas que, especialmente, desde la informalidad, buscan en las calles su sustento diario. El peor impacto también fue para aquellos hogares que dependen del salario de un solo miembro de la familia, quien perdió su empleo en medio de esta difícil coyuntura; a muchos pequeños empresarios no les ha quedado más salida que cerrar sus negocios, y lo peor es que no se ven en el ambiente posibilidades de mejora, por lo menos en el horizonte cercano.

 Según el DANE, en las áreas rurales del país la cifra de pobreza monetaria tuvo un comportamiento diferente, ya que se redujo del 47,5% en el 2019 al 42,9% en el 2020. Sin embargo, por proporción poblacional la mejora es ínfima y la escasez de recursos en los hogares es exagerada. A esto se suma que capitales tradicionalmente pobres como Quibdó y Riohacha se empobrecieron más, alcanzando cifras del 66,1% y 57,1%, respectivamente. En estos lugares la pobreza monetaria extrema (cuando una persona sobrevive con menos de $137.350 mensuales), se agravó llevando a muchos a la miseria. En esto, el consolidado nacional pasó del 9,6% al 15,1%.

 En medio de un panorama tan desolado, Manizales es la ciudad capital de Colombia con los niveles más bajos de pobreza monetaria, el 32,4%. Sin embargo, es consuelo de tontos, ya que tener la tercera parte de su población sin recursos mínimos para solventar sus necesidades básicas no es para alegrarse. De hecho, estamos entre las ciudades en las que este indicador creció más rápido el año pasado: en el 2019 estábamos en 20,6%, es decir que el incremento fue de 11,8 puntos porcentuales, casi el doble de lo registrado en el país. Al cierre del 2020 había aquí 51.130 personas más en condición de pobreza monetaria (en el 2019 eran 87.429, y ahora hay 138.559), y otras 25.566 personas ingresaron a la pobreza extrema.

Localmente tenemos inmensos desafíos para reversar esa tendencia de expansión de la pobreza, en medio de las necesarias medidas de contención de la pandemia. Hay que buscar mecanismos ágiles y efectivos para la generación de empleo, que es el que permite que a los hogares lleguen recursos y hay que acelerar la marcha de todos los proyectos de reactivación. Lo mismo debe pasar en el resto del país si no queremos que además del colapso del sistema de salud tengamos un colapso social y económico que no tenga reversa.