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Un lote del Camino de la Palma Real, en el barrio Laureles, tiene a la comunidad haciendo un justo reclamo para que una de las pocas áreas verdes de esa zona de Manizales, se mantenga como está, y que no se abra la posibilidad de que se construya allí un edificio, degradando la precaria realidad del entorno ambiental de la zona.

La Alcaldía tiene previsto vender ese lote de 4 mil metros cuadrados, por el que podría recibir cerca de $1 mil millones. En abril de este año el Concejo Municipal, en una votación de 14 contra 5, autorizó que ese terreno fuera llevado a un proceso de venta a través de subasta, y desde la Administración Municipal se argumenta de que en caso de ser necesario conseguir recursos para financiar el presupuesto del 2023 se apelaría a la autorización dada por los concejales.

Si bien en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) ese terreno no tiene alguna consideración ambiental especial, la comunidad del sector busca que se le pueda declarar como reserva ambiental, y así mantenerlo como el único pulmón que tendría esa zona de la ciudad. Otra idea es que se convierta en un ecoparque, aunque voceros de la comunidad manifiestan que lo mejor sería no tocar el bosque actual.
Lo cierto es que el discurso verde con el que se busca identificar el actual gobierno municipal no es coherente con la idea de vender ese lote, que es de las pocas zonas verdes que tiene la ciudad en ese sector. Si se analiza este tema desde el punto de vista de costo-beneficio es evidente que lo que se puede recibir por la venta es muy poco comparado por el valor ambiental que representa, más cuando en la capital caldense se tiene un gran déficit de áreas verdes.

De hecho, cuando deberíamos cumplir con el parámetro de 10 metros cuadrados a 15 metros cuadrados por habitante en áreas urbanas, recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Manizales llegamos apenas a una tercera parte de ese objetivo. Por eso, en lugar de estar vendiendo lotes que pueden ser reservas ambientales, la Alcaldía debería estar empeñada en comprar muchos terrenos que ayuden a bajar ese preocupante déficit.

Este caso también nos lleva a reflexionar acerca de la manera como nos acostumbramos en Manizales a un crecimiento urbano sin áreas verdes suficientes, con casas y edificios adosados que no dejan espacio para un poco de verde, al menos, entre uno y otro. Aunque eso no es fácil corregirlo en lo ya existente, sí es posible trazar una nueva manera más sostenible de construir el futuro.

 Están muy equivocados quienes afirman que el lote podría venderse si el constructor compensa sembrando árboles en otras áreas de la ciudad, porque ese lugar tiene un significado mucho más profundo para la comunidad, y ese tipo de propuestas solo confirman la falta de criterio de algunos concejales. Los mismos constructores también deben reflexionar acerca de la manera como está creciendo la ciudad y cómo un predio como ese debería mantenerse sin nuevas construcciones, pese al éxito económico que podría representar.