El Salvador eligió el domingo pasado a un empresario de la publicidad, Nayib Bukele, nuevo presidente. Se trata de un personaje que hizo su carrera política en un partido tradicional, pero que llega por otro distinto al importante cargo, en un país sumido en la desesperanza por cuenta de la corrupción y que encuentra en el ahora más joven de los presidentes latinoamericanos, con 37 años de edad, una esperanza de cambio, pero las cosas no son fáciles. La apatía que genera la cantidad de noticias sobre corrupción lleva a que en la puja por el poder político aparezcan opciones, pero la historia ha demostrado que en esos momentos, equivocarse puede hacer del remedio algo peor que la enfermedad.
Bukele es en este momento una incógnita. Apenas había sido alcalde de San Salvador, que lo mostró como un hombre competente. Después de 27 años del retorno de la democracia, los partidos dominantes FMLN y Arena sumieron al país en situaciones que demostraron su incapacidad para gobernar y ahora se erige este casi desconocido como la esperanza de lo que pueda ser el cambio, pero deberá trabajar con la clase política en el Congreso y tomar decisiones que realmente conduzcan a llenar las expectativas de sus electores para que El Salvador resuelva sus problemas, principalmente sociales, que lo tienen entre los más desiguales del mundo.
Los tres últimos presidentes del país se encuentran procesados por casos de corrupción y lavado de activos, y ese fue el espacio que aprovechó Bukele para apartarse del FMLN que no lo avaló y lanzarse por GANA, para obtener el aval, pero no por sentirse parte de este. Siempre se proclamó antisistema, y no se tiene muy claro quiénes lo acompañarán en el gabinete ni tampoco cómo influirá su ascendencia musulmana en un país marcado por católicos y evangélicos, asunto que él supo sortear muy bien en su campaña, básicamente hecha a través de redes sociales, en lo que lo consideran un experto.
Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela son dos ejemplos de cómo ante la sensación de hecatombe sembrada en sus países por los partidos tradicionales, los ciudadanos eligieron figuras distintas, pero luego de unas medidas populistas para ganarse la opinión pública buscaron perpetuarse en el poder a costa de la democracia misma, con los abusos que ya todos conocemos. Son ejemplo que Bukele deberá tener en cuenta para no cometer los mismos errores. Dice que su referente es Andrés Manuel López Obrador, pero no muchos lo ven con decisiones de izquierda y más bien como un hombre con agenda propia que pone sus esfuerzos en los temas que él considera prioritarios. Así recuperó el centro de San Salvador, su mayor obra, la que adelantó contra muchos críticos.
Los partidos tradicionales de El Salvador tendrán que reinventarse, aunque analistas auguran mayores fracturas, porque ya empiezan los señalamientos internos por su fracaso político. El nuevo presidente tiene el reto de armar un gabinete que muestre que será capaz de replicar el buen gobierno como alcalde a la Presidencia, pero para ello deberá mostrar no solo su buena imagen, sino el liderazgo para avanzar con las leyes que necesita para sacar adelante su proyecto de país, y las mayorías del Congreso no están de su lado. Esta incógnita llamada Nayib Bukele se empezará a resolver en junio, cuando se posesione.
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