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La salida de Claudia Blum de la Cancillería más que certezas deja bastantes dudas. Lo único visible de su gestión fueron situaciones polémicas que terminaron arrastrándola a tener que renunciar esta semana. No pueden olvidarse sus conversaciones con el embajador colombiano en Estados Unidos, Francisco Santos, en las que mostraba una inclinación a favor de la continuidad del expresidente de ese país, Donald Trump. Al ganar Joe Biden su posición quedó muy debilitada ante el nuevo gobierno demócrata.
 De igual manera, al no leer de manera adecuada las nuevas circunstancias, y mantener la misma estrategia frente a Venezuela, donde sin duda hay un régimen autoritario y antidemocrático que debe rechazarse, la imagen de Colombia en ese sentido está desgastada. Hoy, en este frente hay que aplicar una diplomacia más persuasiva, a tono con la línea de la nueva administración de la Casa Blanca, porque es inútil dar una lucha solos en ese sentido.
 Adicionalmente, sus destempladas explicaciones ante las Naciones Unidas acerca de las razones por las que el proceso de paz no avanza, lo que derivó en choques verbales con la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michel Bachelet, entre otros, llevó a que hoy, cuando se requiere que la narrativa de lo que está ocurriendo en Colombia con el paro nacional convenza a la comunidad internacional acerca del respeto de los derechos humanos en nuestro país, esté en un mar de incongruencias. Al perder toda la credibilidad ante el escenario internacional era insostenible que Blum pudiera continuar en la Cancillería. No hubo previsión para hacerle frente a lo que vendría con el paro que fue anunciado con varios meses de anticipación, y en lugar de usar la diplomacia para anticiparse a los riesgos la saliente funcionaria pavimentó el camino para que organizaciones sociales, sin el aparato burocrático y el andamiaje con el que cuenta el Ministerio de Relaciones Exteriores, lograra un trabajo mucho más efectivo para mostrar al mundo la cara del abuso policial en las protestas.
 Son muchos los desaciertos. Tampoco puede olvidarse el debate en el Congreso de la República ante los polémicos nombramientos de funcionarios que no cumplían con los requisitos de carrera diplomática y que solo obedecían a intereses políticos. Así, el aspecto técnico y de experiencia en una cartera con tanta necesidad de equipararse a dependencias similares en todo el mundo, pasó a un segundo plano en su administración.
 La certeza de su anunciada salida queda en medio de la incertidumbre acerca de la persona que tendrá esa responsabilidad en adelante, en un momento tan crítico. El perfil de quien llegue tiene que ser de más experiencia en la diplomacia y actitud dialogante, con mayor dinamismo y buena maneras, para poder recoger lo perdido con Europa y los Estados Unidos.

Esperemos que el Jefe de Estado acierte al cubrir ese cargo, y que en lugar de generar más distancias con la comunidad internacional, se fortalezcan esos lazos y la cooperación en distintos aspectos tome fuerza; no sea que por tozudez se terminen perdiendo los apoyos en materia de lucha contra el narcotráfico y el afianzamiento de la paz, por ejemplo.