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El 11 de septiembre de 1973 empezó una larga noche oscura que se prolongó por casi dos décadas. Una junta militar encabezada por el general Augusto Pinochet dio un golpe de Estado que terminó con la muerte del presidente legítimamente elegido, Salvador Allende, y con una barbarie que llevó a que, según las comisiones de la verdad, se haya dado cuenta luego de que en total llegaron a ser por lo menos 40 mil 175 las personas asesinadas o desaparecidas por el régimen. A estas se deben sumar los torturados sobrevivientes y los miles de chilenos que debieron abandonar el país para no correr más peligro.
Hay quienes quieren hacer ver el régimen de Pinochet como una dictablanda necesaria para corregir el rumbo del país. Lo primero que tenemos que decir es que la historia nos ha enseñado que no hay ningún beneficio que justifique el homicidio, la violación de los Derechos Humanos, la interrupción de las garantías ciudadanas y la supresión de la democracia. Suele suceder que cuando estos elementos se reúnen, haya personas que celebren porque consideran que están en el lado de los privilegiados, pero el monstruo de la violencia no respeta nada y solo va tomando oportunidades a medida que avanza. Después tocará a su puerta, como bien lo describió Bertolt Brecht
La historia de las dictaduras en el cono sur es muestra del pésimo coletazo que nos dejó la guerra fría en esta parte del mundo, de cómo para evitar que ganaran las izquierdas o personas de pensamiento demoliberal, creyeron algunos que lo mejor era imponer orden a culatazos y a fusil, con la falsa ilusión de que los militares son los llamados a defender la democracia. Lo que sucede hoy en algunos países de África demuestra que ese pensamiento sigue siendo mayoritario en algunos sectores y es normal encontrar personajes perdidos en la historia en nuestro territorio que son capaces de pensar de esa manera, como si no fueran suficientes las evidencias. Si en Colombia, donde no hemos tenido un Gobierno militar en casi 70 años, se llegó al nivel de atropellos cometidos por la Fuerza Pública en aras de defender la democracia, qué habría sido si no hubiera controles civiles a esos excesos.

Cuando el poeta Pablo Neruda, fallecido días después del golpe militar, escribió a Chile: “yo podré defenderte, cantando, cuando vaya contigo...” no podía imaginar que su sueño lo callaría un fusil, como calló al también poeta Víctor Jara y a tantos otros, porque no se permitía a nadie pensar distinto y menos enarbolar acciones culturales contra lo indecible. Porque a lo que temen los regímenes totalitarios es a que alguien piense distinto y es pensar distinto lo que ha atraído la inversión en Chile, lo que ha mostrado resultados macroeconómicos importantes, lo que ha permitido que haya algo de reconciliación, y que hoy gobierne allí de nuevo alguien con pensamientos de izquierda, que justo a los 50 años de ese hecho lamentable, le corresponda conmemorar esta fecha, que entiende perfectamente lo que es construir consensos en el disenso. Chile es una prueba de que no hay mejor sistema de Gobierno que la democracia y de ese ejemplo debemos todos aprender. La historia es una excelente consejera, solo que a veces olvidamos prestarle atención.