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América Latina necesita y merece que la democracia esté en todos y cada uno de sus países, y es inaceptable de luego de las amargas experiencias del pasado, y algunas que nos acompañan en el presente, como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba, haya quienes pretendan generar desestabilización e imponer regímenes extremistas por medio de la violencia. Lo ocurrido el pasado fin de semana en Brasil, donde se quiso dar un golpe al recién posesionado presidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, por una turba de seguidores del expresidente de ultraderecha Jair Bolsonaro, es algo que tiene que ser rechazado de manera enfática.
Nadie que se llame un demócrata puede estar de acuerdo con extremismos como el protagonizado por los bolsonaristas que, de manera calculada, se tomaron las sedes del Legislativo, el Ejecutivo y la Corte Suprema de Justicia, los cuales pudieron ser controlados por la policía brasileña, luego de que los golpistas destruyeron sin fruto gran parte de la infraestructura oficial, mientras que Bolsonaro entraba y salía de un centro médico en Florida (Estados Unidos), por un supuesto malestar abdominal.
Si los resultados democráticos de las elecciones de octubre arrojaron que el ganador en las votaciones fue Lula, ese veredicto de las mayorías tiene que ser respetado. Los opositores tienen el derecho a ejercer libremente la crítica y, por los cauces legales, señalar las posibles fallas del gobierno y buscar ante la opinión pública el regreso al poder más adelante, pero nunca por las vías de la fuerza. Desde la década de los 60, cuando comenzó la dictadura de derecha en ese país, que acabó en los 80, no se vivía en Brasil un ataque tan grave a la democracia. 
Todo este movimiento popular parece alentado por el silencio de un expresidente que no aceptó nunca la derrota ante Lula y que luego de ocurridos los graves hechos del pasado fin de semana no ha desautorizado enérgicamente, como debería ser, a los cientos de bolsonaristas que quisieron llevar a su país a un caos. Este hecho, lamentablemente, guarda mucha similitud con la actitud del expresidente estadounidense Donald Trump, de quien ya hay suficiente evidencia acerca de que él alentó a sus seguidores a ingresar al Congreso de la República a la fuerza, para impedir que fuera raficada la investidura del demócrata Joe Biden como presidente de los Estados Unidos.
Los autores de este ataque a la democracia en Brasil, de los cuales cerca de 1.500 fueron detenidos tras los disturbios, deberán comparecer ante la justicia para explicar sus conductas y recibir las sanciones legales que correspondan. Hay que resaltar que, pese a la duda inicial por la presunta pasividad del ejército ante la arremetida, las instituciones reaccionaron positivamente cuidando el Estado de Derecho y protegiendo la determinación democrática del pueblo brasileño.

Para Lula viene el gran desafío de mostrar que gobierna para todos, incluso para quienes quisieran verlo fuera del poder, e incluso ir conquistando a todos aquellos que sin ser radicales también representan oposición a su gobierno, y así romper la peligrosa polarización. Cuando apenas han transcurrido 11 días de mandato, lo que deben hacer los brasileños es dejar gobernar al nuevo presidente y, si tienen reparos por hacer, que lo hagan por las vías democráticas y legales. Ninguna transgresión a las normas y ningún acto antidemocrático puede ser aceptado por el resto de América Latina y el mundo. Por el contrario, lo que debe buscarse es que aquellos gobiernos autoritarios que aún persisten puedan ser cambiados por otros respetuosos de la ley, solo por el camino de la democracia.