Son argumentos válidos y la intención es buena desde el punto de vista de la optimización de tiempos disponibles y para mejorar el descanso de todo el grupo familiar, pero los congresistas deberán tener en cuenta que Colombia es un país de realidades diversas.
El proyecto Estudio sin madrugón, que propone cambiar en Colombia la hora de inicio de la jornada escolar para que no sea antes de las 7:00 de la mañana en cualquier establecimiento educativo, público o privado, que preste el servicio en los niveles de preescolar, básica y media, lo aprobó el Senado esta semana y le faltan dos debates en Cámara de Representantes para ser ley. La iniciativa ya tiene simpatizantes y detractores, por lo que se espera que los congresistas logren mejorarla en las discusiones que se vienen y establezcan acuerdos para no terminar afectando a estudiantes, padres de familia, ni a las instituciones.
Para ciudades y grandes centros urbanos el cambio se percibe muy positivo porque permitirá ganar en horas de descanso y no tener que someter a los escolares, especialmente a los de primera infancia y niñez, a seguir madrugando excesivamente para tomar un transporte y cumplir puntuales con la entrada a clases. Además, beneficia la salud física y mental de madres y padres de familia, que deben someterse a despertar al amanecer para preparar a sus hijos, alimentarlos y llevarlos muchas veces hasta los planteles. Para ellos la modificación de horario será un alivio y les mejorará su calidad de vida.
La posición contraria, y es lo que el Congreso deberá analizar con sensatez, es que municipios todavía muy marcados por condiciones rurales y para ciudades con temperaturas elevadas, correr el horario no facilitará las condiciones para estudiar. En Caldas resulta muy acertado mantener el horario de entrada a las instituciones educativas de La Dorada entre 6:05 y 6:30 de la mañana, como se tiene, porque con el avance del día la temperatura va subiendo y se hace inmanejable estudiar hasta la tarde; igual sucede para alumnos que viven en áreas rurales apartadas, a los que no les darían los tiempos para regresar de manera segura.
Este proyecto obligará a ajustar la Ley General de Educación (115 de 1994) para que se establezca una jornada mínima de 7 horas diarias para primaria y secundaria, cada una de 45 minutos, y de 6 horas para preescolar. Lo lideran cuatro senadores, entre ellos Guido Echeverri, de Caldas, y tres representantes a la Cámara quienes coinciden en que iniciar la jornada a tempranas horas se relaciona con la aparición de problemas de conducta y de aprendizaje, además mayor número de accidentes o lesiones. Dicen que, en el país, los colegios de mejores calificaciones, en especial los privados más costosos, ingresan a las 8:00 de la mañana.
Son argumentos válidos y la intención es buena desde el punto de vista de la optimización de tiempos disponibles y para mejorar el descanso de todo el grupo familiar, pero los congresistas deberán tener en cuenta que Colombia es un país de realidades diversas que no permiten aplicar una misma medida por igual en todo el territorio nacional para establecer una jornada escolar única. Se deberían establecer horarios diferenciales por regiones, de manera que a las que les ha funcionado lo mantengan como está, y el cambio se aplique a las que se pueden ajustar por variables de distancias, clima y condiciones socioculturales.