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Son muchos los colombianos que hoy ven como actitud desafiante la del presidente Gustavo Petro al insistir en movilizar a sus seguidores cada que le parece o siente que lo necesita. La del miércoles la convocó para buscar apoyo a sus reformas, que cursan trámite en el Congreso de la República. Asistieron organizaciones indígenas y sindicales, organizaciones juveniles, defensores del Gobierno, funcionarios del Estado y algunos fieles seguidores. Por fortuna fueron manifestaciones tranquilas que no alteraron el orden público, pero por tratarse de jornadas activistas cualquier cosa pudo pasar. Ese es el riesgo que se corre siempre. Colombia lo sabe desde antes del estallido social del 2021.
Lo que resulta retador es que mientras el sentir general considera que el país necesita es un presidente ejecutando y buscando recursos para echar a andar la economía, la producción y los proyectos nacionales, Petro insista en que la estrategia es seguir movilizando gente para su causa. Fue elegido por 11 millones de colombianos y eso no se puede poner en duda, es lo que sustenta su gobernabilidad y a eso se debe dedicar, a gobernar, así le esté quedando muy difícil, porque respetar las reglas de juego de la democracia entraña retos como estos. No es el primer presidente ni será el último que atraviese situaciones como estas.
Sacar las gentes a las calles está bien cuando se está en campaña, pero agitar esas masas para enardecerse en discursos al estilo muy conocido del expresidente venezolano Hugo Chávez es un mal mensaje para quienes aún desean creer que este no es un gobierno de izquierda radical. Sus salidas en falso para alimentar su ego con recursos públicos tampoco es parte de quien se cree que es el camino a la solución de los males que aquejan a Colombia. En Bogotá hubo tarima y un concierto con artistas pagados por el erario, dineros que deberían estarse destinando a la inversión social en el país. Si eso sucediera, los resultados de la imagen presidencial mejorarían, sin dudarlo.
El decir del presidente es que se necesita que el pueblo esté movilizado y no puede dormirse, pero los que no pueden dormirse son los que hoy gobiernan para que los recursos fluyan y lleguen a las regiones, a los más necesitados como se prometió en campaña. Cuando ganó las elecciones en junio del año pasado, Petro aseguró que con su triunfo Colombia era otra, que llegaba a ejecutar la “política del amor”, que era una del entendimiento y del diálogo para construir un gran acuerdo nacional, no un cambio para construir más odios, ni para aumentar el sectarismo. Sin embargo, parece alejarse de esas ideas con el llamado a las movilizaciones.

En vez de unir, lo que están provocando las movilizaciones es dividir más al país, ya polarizado lo suficiente como para querer alimentar más este mal, justo en medio de unas elecciones regionales. El presidente expresa que su Gobierno busca mejorar la calidad de vida de los habitantes y que lo logrará con las reformas que propone. Vuelve a olvidar el presidente que dentro de lo que llama pueblo debe incluir a los que no votaron por él o los que no van a las marchas porque ya están cansados de eso y necesitan es un país vigoroso en desarrollo económico, no en discursos veintejulieros.