El artículo No es broma, es violencia, de la columnista Adriana Villegas Botero, publicado en este diario el pasado 18 de octubre, puso el dedo en la llaga alrededor de los procesos de formación que se llevan a cabo en nuestras Fuerzas Militares. En su escrito la columnista criticó que los soldados usen cantos ofensivos, violentos e irrespetuosos, en contra de las mujeres, y que esto pase en el Batallón Ayacucho de Manizales, bajo la aparente complacencia de los altos oficiales.
No vale la pena repetir más las estrofas de esos cánticos vergonzosos, pero muchas personas que han prestado el servicio militar manifiestan que no son novedad, que hay una especie de tradición que viene desde hace mucho tiempo en la que esta clase de cantos se usan para animar a la tropa y envalentonar a los soldados. A quienes se especializan en el uso de las armas es difícil exigirles ser delicados, pero eso no exime de que se observe un respeto por los derechos humanos y la dignidad de las personas.
Desde distintas organizaciones políticas y feministas se clama para que haya unas disculpas públicas por estos hechos bochornosos y que se emprenda una reforma profunda a la pedagogía militar, de tal manera que se erradiquen toda clase de violencias verbales y enseñanzas que poco aportan a la construcción de una sociedad pacífica y respetuosa de la diferencia. Tienen razón, porque es grave que desde el mismo Estado se promueva, o por lo menos se dejen pasar como si nada, expresiones como las que denuncia la columnista, las cuales “normalizan” hipotéticos comportamientos que incluso podrían resultar por fuera de la ley.
Si bien desde el Comando del Batallón se reconoció la situación y se calificó como algo grave, también es verdad que se trató de dejar toda la responsabilidad del contenido de esos discursos en los hombros de los soldados. Se supondría que en una institución con las características jerárquicas de un Batallón, los soldados no tienen tanta libertad como para agredir con sus palabras, así sea una supuesta broma, sin que ello amerite la reprimenda de sus jefes. A no ser que tal conducta sea vista por ellos como algo normal.
Ahora bien, aquí no se trata de castigar a nadie por algo que ha sido tolerado por mucho tiempo. Lo fundamental es tomar conciencia del error, y emprender el uso de otras herramientas culturales en un sentido contrario: garantizar el respeto a las mujeres y a los derechos humanos, en general.
Estamos convencidos de que esos cantos no corresponden a una instrucción o doctrina militar impartida oficialmente, pero permitir que se den sin ningún reparo es una omisión peligrosa. El Ministerio de Defensa debe tomar en serio estos reclamos y garantizar que esa cultura violenta contra las mujeres y los derechos humanos no se siga fomentando con el silencio. Si no se corrige esto desde la raíces se estaría enviando un mensaje de legitimidad a ese tipo de expresiones, cuyos límites entre el decir y el actuar es bastante tenue.