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En tiempos de confusión informativa, los medios no pueden limitarse a denunciar la desinformación ajena. Deben activar códigos de transparencia, abrir sus procesos, explicar sus fuentes, reconocer sus errores.
Durante dos días, unas 1.900 personas de 110 países se reunieron de manera virtual hasta ayer para analizar casos y debatir en la V Cumbre Global sobre Desinformación, organizada por la Fundación para el Periodismo (Bolivia), la Fundación Gabo (Colombia), Chequeado (Argentina) y la International Fact-Checking Network (IFCN). El encuentro, que se realizó de forma virtual, es una oportunidad para hablar de un tema relevante en estos tiempos, pero que parece generar poco interés: la necesidad de elevar los estándares éticos a la hora de informar.
La desinformación ha dejado de ser un ruido digital para convertirse en una amenaza sistématica contra la democracia, la libertad de prensa y la confianza pública. El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha llamado la atención reiteradamente de cómo este fenómeno, al lado de la manipulación digital y los discursos del odio crean un coctel explosivo para la democracia. Esa es la razón por la que hablar de estos temas y extender su discusión mucho más allá de los cerrados círculos periodísticos para incluir a los consumidores de información, que hoy ya no son solo pasivos receptores, es fundamental para crear escenarios que revitalicen el buen periodismo.
En regiones como América Latina y Europa del Este, y más recientemente también en los Estados Unidos, estas amenazas se agravan por la estigmatización que hacen servidores públicos de los periodistas y de los medios de comunicación, generando el debilitamiento de medios independientes y provocando que se agrande la desconfianza sobre los informadores, al tiempo que se manipula con mensajes apoyados por los turiferarios digitales que son los bendecidos de los regímenes y que no tienen empacho en inventar, juntar verdades con mentiras o simplemente repetir el libreto que les envían desde las oficinas de comunicaciones de ciertos dirigentes o entidades.
Los organizadores de la Cumbre trazaron una temática que permitió ver casos de cómo se está contrarrestando en diferentes lugares del mundo este fenómeno, al que se le puede combatir de varias maneras, pero para que sea algo sostenible se requiere de una transformación social, que los ciudadanos sean conscientes del poder manipulador de las nuevas dinámicas políticas, de la facilidad de hacerlo con las herramientas como la IA y, por tanto, de la necesidad de elevar la exigencia en el consumo de información. En tiempos de confusión informativa, los medios no pueden limitarse a denunciar la desinformación ajena. Deben activar códigos de transparencia, abrir sus procesos, explicar sus fuentes, reconocer sus errores. Solo así podrán recuperar la confianza de audiencias que hoy dudan de todo, incluso de lo cierto.

En los medios que ustedes consultan en sus perfiles de redes sociales revisen si en ellos les cuentan quiénes son sus periodistas, dicen cómo se financian, muestran protocolos para tramitar las quejas, responden oportunamente a las inquietudes de los ciudadanos. Estas son preguntas que cualquier ciudadano puede empezar por validar con esos que se dicen medios y que reciben sin problema alguno financiación de entidades públicas, a pesar de incumplir los mínimos estándares éticos para la buena información. Porque tanto consumidores como patrocinadores tienen responsabilidades en que los desinformadores se crezcan, así como aquellos que roban la información de otros. La cumbre deja una conclusión clara: sin transparencia, el periodismo naufraga.