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Si algo nos enseña la vida —y la filosofía, y la literatura, y la calle— es que la felicidad no se alcanza en solitario. Se construye, día a día, en compañía. Y no olviden que la amistad exige reciprocidad.
Colombia celebra hoy el Día del Amor y la Amistad, que muchas personas asocian solo con la movida comercial. Más allá de los regalos y los gestos simbólicos, desde esta tribuna exaltamos la fecha para invitar a pensar en ese vínculo silencioso que sostiene la vida cuando todo parece tambalear: la amistad. En tiempos de incertidumbre, polarización y pérdida, la amistad se revela como una forma de resistencia afectiva, una red que la mayoría de las veces no reconocemos como lo que es, un apoyo fundamental en nuestras vidas.  
Aristóteles decía que sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes. Y tenía razón: la amistad no es un lujo emocional, es una necesidad ética. Es ese otro de confianza, donde nos reconocemos, donde podemos ser sin máscaras, donde la alegría se multiplica y el dolor se reparte. La amistad es el espacio donde florece la confianza, se tejen redes de apoyo que no dependen del poder ni del prestigio, sino de la presencia. Esos lazos afectivos cultivados a través de los años son además ingrediente de la felicidad.
En un país como el nuestro, donde tantas veces la soledad se disfraza de autosuficiencia y el individualismo se vende como éxito, recuperar el valor de la amistad es necesario, porque solo entre amigos rescatamos la autenticidad que nos hace ser quienes somos. Porque la amistad no compite, no jerarquiza, no excluye. Al contrario, abraza, escucha, acompaña. “Los amigos son la especie más solidaria del mundo de las relaciones afectivas. Son el círculo escogido para realizar las actividades que se disfrutan y generan placer. Los amigos son la materialización de la felicidad en el mundo afectivo”, nos recuerda la autora Lina Martínez en su libro Felicidad.
En cada amigo hay un testigo de lo que fuimos, un cómplice de lo que soñamos, un guardián de lo que aún podemos ser. La amistad tiene mucho que ver con que seamos capaces de convertir nuestras pérdidas en acción; los duelos, en esperanza. Este Día del Amor y la Amistad, más que celebrar, deberíamos agradecerles a quienes nos han sostenido sin pedir nada a cambio. A quienes nos han dicho la verdad sin herir. A quienes han estado cuando no había nada que ofrecer. Porque si algo nos enseña la vida —y la filosofía, y la literatura, y la calle— es que la felicidad no se alcanza en solitario. Se construye, día a día, en compañía. Y no olviden que la amistad exige reciprocidad, si un amigo o una amiga está para nosotros cuando los necesitamos, debemos estar para ellos siempre que nos requieran. De eso se trata este vínculo.

Mariano Sigman y su amigo Jacobo Bergareche escribieron el libro Amistad, una mirada neurocientífica a este espacio cómplice entre los seres humanos. Entre los muchos hallazgos que encontraron al entrevistar a decenas de personas sobre la amistad, es que es disímil, a veces espaciada, pero en todo caso confiable. Incluso Cicerón interpretaba esta relación como una forma de resistencia ante la corrupción. Al final se trata de algo muy simple, los amigos, los buenos amigos, nos hacen mejor de lo que seríamos sin ellos. Y solo por eso vale la pena hoy recordarles a esos incondicionales, todo lo que significan en nuestras vidas. Así que tómese un tiempo y díganselo.