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Es posible que el mayor impacto que haya causado el triunfo hace cuatro años del concejal Carlos Mario Marín en las elecciones para la Alcaldía de Manizales sea el que estamos viviendo en este momento: decenas pretendiendo llegar al principal cargo de la ciudad, muchos sin méritos suficientes para lograr tal responsabilidad. La preocupación del ciudadano de la calle es que en la amplia baraja de precandidaturas aún no hay alguna que logre concitar verdadera atención. La democracia trae este tipo de fenómenos, que al mismo tiempo son riesgos, pues si al final no se depura la lista y todos creen tener los votos para alcanzar el disputado cargo, es posible que cualquiera pueda lograr la meta y, así las cosas, la ciudad gane una lotería o pierda una oportunidad para tener un buen gerente otra vez.
Son muchos los factores para esta explosión de candidatos: la falta de credibilidad en los partidos políticos, la intriga de muchos con el fin de asegurar uno o varios puestos en posibles alianzas políticas posteriores, la falta de disciplina en los partidos que provoca que todos se crean jefes y no se respetan jerarquías ni estructuras. También se encuentra entre los factores la gana simplemente de sonar para mantenerse en el escenario de los mentideros como si se tuviera influencia y, claro está, el deseo de corregir el rumbo de una ciudad que ha sufrido una temporada de malas decisiones y que necesita volver por la senda de la buena dirección.
Claro que falta tiempo para concretar candidaturas reales, pero el problema es que la incertidumbre ayuda muy poco a las claridades y suma más bien a la apatía política. Este es un momento decisivo para Manizales y requiere de la grandeza de líderes que crean en lo colectivo y que sepan deponer sus intereses personales en aras de un proyecto de ciudad que le brinde a esta capital la posibilidad de concretar varios anhelos que se encuentran aplazados.
Manizales tiene indicadores hoy que se convierten en envidia de muchos y esto es así, a pesar del mal momento político y de la administración pública que ha vivido. La fortaleza industrial, la persistencia de los empresarios y el esfuerzo de las universidades le ha cambiado la cara en los últimos años. Si hubiéramos tenido una Alcaldía con capacidad ejecutora, podríamos estar cerca de alcanzar la meta de pleno empleo, pues sin despegar las grandes obras prometidas el desempleo está en un dígito, qué tal que se hubiera contado con esas inversiones prometidas.
Estos precandidatos podrían mostrar grandeza a partir de decisiones que favorezcan la ciudad, como bajarse de un bus al que nadie más se quiere subir. Tampoco son buenos los consensos plenos en asuntos electorales. Nada peor para la democracia que un candidato único, pero esto que estamos viviendo en la ciudad supera cualquier claridad para los electores. Al contrario, aporta a la confusión y a la desazón. Manizales necesita es encontrar dirigentes capaces de anteponer sus intereses personales y de dirigir equipos que trabajen conjuntamente por sacarla adelante.