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“...que mientras estamos hablando... llegan más y más pobres y siguen llegando...”, así canta Joan Manuel Serrat desde los años 90 sobre los inmigrantes que arriban a los países en desarrollo en busca de una oportunidad para salir de la miseria o el riesgo. Desde entonces el problema en lugar de mejorar se sigue agravando. No más la semana pasada, Italia, gobernada por quien llegó al cargo de primera ministra con una agenda antiinmigración, Giorgia Meloni, se vio superada por la cantidad de personas que llegaban del norte de África y se estacionaron en la pequeña isla de Lampedusa. Se calcula que solo a este país han arribado este año 130 mil 620 irregulares, más del doble que en el mismo periodo del año pasado.

Estados Unidos dice que los migrantes se cuadruplicaron desde la pandemia y que son miles los que pasan la frontera con México cada día. En Colombia, la situación en el Tapón del Darién es inmanejable e insostenible. Y a esto se suma que por lo menos 500 mil venezolanos de los 2 millones 900 mil que habría en el país no se encuentran con reconocimiento de refugiados, según el Migration Policy Institute. Al Estatuto Temporal de Protección para Venezolanos solo accedieron hasta hace un año 1 millón 627 mil. Sin embargo, en el Gobierno Petro se ha frenado este reconocimiento que garantiza los derechos al trabajo, a la permanencia y otros, puerta que abrió el anterior presidente, Iván Duque.

La paradoja de la globalización es que queremos liberar los mercados, pero no la trashumancia. Nadie es libre de cruzar fronteras, lo que era un sueño hace tan solo unos años atrás. Cada nación se reserva el derecho de acceso, solo se les abren los brazos a los migrantes que tengan dinero, lo que llamó la atención en su momento de la pensadora española Adela Cortina para incorporar ese término que ya forma parte de nuestro léxico para vergüenza de la humanidad: aporofobia, porque lo que molesta no es el migrante, sino que sea pobre. Bienvenidos los que llegan con capital inversionista, parece ser.

¿En qué se diferencia esta tragedia humanitaria que molesta a los visitantes y pescadores de la turística isla de Lampedusa o a los WASP en Estados Unidos de lo que sucede en pueblos nuestros como Necoclí? La diferencia radica en que nuestro territorio es apenas una llegada más en las muchas que acumulan en el camino los migrantes, porque nuestro país no los atrae, ellos quieren ir donde puedan ganar algo de dinero para mejorar su calidad de vida y para enviar a sus seres queridos o para animarlos luego a llegar hasta allí.

 

“Disculpe el señor... pero este asunto va de mal en peor... Vienen a millones...” sigue cantando Serrat, y así seguirá sucediendo si no se genera riqueza y una mejor distribución de esta en sus países de origen. Ya está bien de que sigamos hablando, este tema apenas si se tocó en los discursos de la ONU esta semana y requiere una solución integral que pasa por la posibilidad de crear empleos dignos en los territorios de donde salen los migrantes, pero también por reforzar las democracias para que se puedan dar resultados que ayuden a los ciudadanos y no que los oprima. Ah, y no son ilegales, son solo personas con sueños y justamente para cumplirlos se arriesgan a tanto.