En Caldas son varias las obras públicas que parecen repetir el mismo libreto: presupuestos que se desbordan, diseños que se corrigen sobre la marcha y cronogramas que se diluyen en el tiempo. La reciente revisión en la Asamblea de Caldas de varios proyectos contratados por la Gobernación —todos con problemas técnicos, jurídicos o financieros— confirma lo que ya es una costumbre peligrosa: la falta de rigor en el diseño y planeación de las grandes obras.
No se trata solo de errores heredados. También es una cadena de negligencias que se perpetúa entre administraciones, como si el mal diseño fuera una herencia inevitable y parece que hay cierto cuidado para no enfadar a los antecesores responsables, con lo que se dilatan las soluciones. No es solo un asunto del Departamento. En Manizales, al menos dos alcaldías han dejado huellas de improvisación: obras que nacieron sin estudios completos, sin diálogo con el entorno, sin previsión de riesgos. Y cuando la obra prometida se va tornando peligrosamente en elefante blanco, también se resquebraja la confianza ciudadana.
Está a punto de ponerse en marcha la línea 3 del cable aéreo, para la que fue necesario hacer correcciones importantes y adiciones presupuestales porque las cosas habían quedado con serios problemas. Muy bien que se termine y se ponga al servicio, pero que quienes sacan pecho por lo logrado asuman también las responsabilidades por sobrecostos y obligados retrasos, que tuvo que asumir responsablemente la actual Administración municipal.
¿Dónde está el rigor técnico? ¿Dónde la ética del diseño público? Cada obra mal planeada cuesta más que dinero: cuesta tiempo, credibilidad y oportunidades. Es la mala prestación del servicio público en los barrios que esperaban una vía, una escuela, un puente. Cuesta el desgaste de los funcionarios que intentan reparar lo irreparable. Cuesta el cinismo que se instala cuando la ciudadanía deja de creer que las cosas pueden hacerse bien.
Es urgente que el Gobierno departamental y los municipios asuman el diseño como un acto ético, no como un mero trámite. Es necesario que quienes se encargan de los asuntos precontractuales de la obra en sí se rodeen de equipos técnicos sólidos, que escuchen a las comunidades, que revisen cada plano como si fuera una promesa. Porque aquí también cabe la responsabilidad a los interventores, que en ocasiones no prestan la atención necesaria y terminan recibiendo trabajos con terminados no aptos, con correcciones improvisadas y eso aplica también para los estudios, no solo para las obras.
Algo está pasando que hace que se esté volviendo costumbre en Caldas que las obras se queden inacabadas, que se tengan que remendar, que los presupuestos no alcancen. Como si fuera poco, la Administración de turno aquí o allá dice que el problema es de los contratistas. Entonces, que se revisen los procesos de selección, porque esa excusa no sirve en estos tiempos en los que se cuenta con mayor preparación.
La planeación rigurosa no es un lujo, es una necesidad, porque una obra bien diseñada es también un presupuesto alcanzable, es permitir que los recursos se destinen a lo que tiene que ser y no a corregir. En tiempos donde cada peso público debe rendir más, no podemos seguir pagando el precio de la improvisación. Vale decir: ¿dónde están las ías? Ah, tal vez negociando el próximo nombramiento.