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El expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, asumirá como nuevo presidente de Brasil el próximo 1 de enero, luego de la victoria obtenida el pasado domingo frente al actual presidente derechista Jaír Bolsonaro, quien hasta ayer había mantenido el silencio ante la derrota por cerca de 2 millones de votos. Lula, quien ya fue presidente entre el 2003 y el 2010, desarrolló en aquella ocasión un gobierno que fue bien calificado internacionalmente, por los buenos resultados en la lucha contra la pobreza.
No obstante, hay que tener en cuenta que los tiempos han cambiado, y que el panorama actual, cuando hay una inflación generalizada en el mundo y una economía al borde de la recesión, los desafíos para Lula serán mayores y se necesitará, probablemente, un enfoque de gobierno diferente, en el que incluso el trabajo coordinado entre los sectores público y privado deberá estar mejor sintonizado, y frente a los antecedentes, con mayores precauciones y transparencia que le cierren el paso a la corrupción.
Hay que recordar que, de manera infortunada, el presidente que regresa estuvo envuelto en un gran escándalo de corrupción, que lo llevó a pasar 18 meses preso, y que luego logró la libertad, gracias a tecnicismos legales que llevaron a que el proceso en su contra quedara congelado, sin conclusiones definitivas y anulado por un juez. La absolución total y comprobada no se dio de la manera deseada, pero el nuevo escenario le permitió, de todos modos, competir y ganarle al actual presidente. Lo que se espera ahora, es que no exista en su gobierno ni la más mínima sospecha de actos corruptos.
Con su elección, Suramérica queda casi totalmente comandada por líderes izquierdistas, a excepción de lo que ocurre en Ecuador, Paraguay y Uruguay, donde quedan aún líderes de derecha en el Ejecutivo. Se espera que, pese a las naturales prevenciones, todos estos gobiernos ejecuten tareas responsables, equilibradas y orientadas a un desarrollo real, que respete la propiedad privada y que no espante los capitales inversionistas. 
La elección de Lula también significa la posibilidad de avanzar en la protección de la Amazonía, gran pulmón del mundo y reserva de flora y fauna que debe ser protegida de manera especial en la lucha contra el cambio climático. Para Colombia, así como para los demás países de la zona que tienen parte en esa región es una noticia que ayudará a coordinar políticas que atajen la tala indiscriminada, la minería ilegal y toda clase de actividades que afectan de manera grave en medio ambiente.
La gran tarea de Lula en su país será vencer la polarización y demostrar que gobernará para todos los brasileños, y no solo para quienes lo respaldaron, en total para los 215 millones de habitantes de ese país. En la medida en que logre garantizar unidad y que demuestre que su tarea beneficiará a la amplia mayoría de los habitantes de ese país, respaldado en la democracia, su línea de trabajo podrá ser un buen referente para el resto del mundo.


Por el bien de América Latina y el mundo, y tomando en cuenta el tamaño de la economía brasileña, le auguramos a Lula un gobierno positivo que irradie buenas cosas para sus vecinos, como Colombia. Además, se espera que el saliente presidente, contrario a lo que dijo en campaña, acepte sin resistencia los resultados y actúe como demócrata en la transición de poder.