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El titular de este editorial aplica a Ecuador, donde se cumplen hoy las elecciones presidenciales en su primera vuelta, y también para Colombia, que pronto elegirá a sus autoridades regionales y sabemos que en muchas partes, como lo han advertido diferentes organizaciones y el periodismo, la contienda está permeada por el narcotráfico o por sus estructuras armadas. Y hablamos de estos dos casos, porque tienen más vasos comunicantes de los que quisiéramos aceptar. Poco a poco, los bandidos que se han hecho a dinero con la exportación de la cocaína, han ido diversificando sus negocios ilegales y también apoderándose de territorios y de instituciones del Estado. Hace rato aprendieron que para blanquear sus dineros ilícitos, nada como apropiarse de los recursos del Estado, lección aprendida de agrupaciones como las Autodefensas y las guerrillas colombianas. No solo corrompen a servidores públicos para garantizar sus negocios, sino para quedarse con la plata del Estado.
Por ese motivo, es que cada vez más buscan participar en elecciones y en las decisiones públicas, las estructuras armadas al servicio del narcotráfico, es decir, delincuentes comunes interesados solo en sus fechorías, aunque en Colombia se les quiera tratar en este Gobierno como si fueran alzados en armas contra el Estado. Es imposible mirar a Ecuador y no darnos cuenta de que lo que hoy sucede allí es lo que se ha naturalizado en mucha parte del territorio colombiano. Fue en nuestro país donde los narcotraficantes llegaron a campañas políticas con sus recursos envenenados, aquí es donde se asesinaron candidatos presidenciales en contubernio entre la clase política tradicional y las estructuras organizados del pillaje internacional, es en Colombia donde las guerras entre esas mismas estructuras armadas dejan de muertes por todas partes. Y de nuestro territorio partieron los asesinos del candidato Fernando Villavicecio.
Las violencias que padecen los ciudadanos del Cauca, de Nariño y de Putumayo son las mismas que sufren ecuatorianos de a pie todos los días, sobre todo en zonas controladas por los narcos, son las mismas que padecen los mexicanos en parte de su territorio y lo que llevó a El Salvador a tomar medidas drásticas contra los grupos de bandas que tenían a la sociedad acorralada. Es la misma realidad con un común denominador, el narcotráfico, ese mismo que se alimenta de las ventas callejeras de vicio en nuestros barrios, parques y calles. Seguro que hay que pensar en otras formas para atacar este negocio ilícito, puede que legalizar sea una solución, aunque esto no está del todo probado en drogas duras, pero vale la pena ensayar otras formas. No obstante, lo que no se puede hacer desde ningún punto de vista es romantizar la comercialización de las drogas.

Ecuador tiene la oportunidad hoy de elegir bien, de escoger opciones que vayan de frente a combatir el narco, asunto que también debería hacerse en Colombia, y en lugar de restarle importancia a las violencias que suscita este en nuestros departamentos, como lo hizo el veterano político Luis Fernando Velasco, hoy flamante ministro del Interior, bien se haría en prestarles atención a los reclamos de los gobernadores del país, que se sienten acorralados, justo en un momento electoral, cuando la crispación es mayor y los intereses personales abundan.