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Varias semanas completan las protestas en Irán y en varias partes del mundo, tras la muerte de la joven Mahsa Amini, de 22 años, luego de que fuera arrestada por la llamada Policía Moral iraní por no llevar su velo puesto como lo indican las normas dogmáticas y discriminatorias de ese país. Muchas mujeres valientes que se han rebelado contra esa legislación absurda y que han rechazado el tratamiento dado a la joven fallecida también fueron arrestadas el 16 de septiembre pasado, y algunas incluso enfrentan la pena de muerte.
De hecho, dos mujeres periodistas iraníes que han cubierto las protestas (Niloufar Hamedi y Elahe Mohamadi) están acusadas de “hacer propaganda contra el sistema” y conspirar para “actuar contra la seguridad nacional”, señalamientos maniqueos y temerarios con los que solo se busca justificar la represión desmedida que se ejecuta desde ese régimen contra toda voz que cuestione sus abusos, más aún si son mujeres las que levantan la voz para denunciar los atropellos. Actualmente hay 15 mujeres periodistas retenidas, de los 34 reporteros que aún permanecen presos, lo cual también evidencia ataques a la libertad de expresión y al derecho a estar informados de la realidad.
De todos modos, gran parte del pueblo iraní, sobre todo las mujeres, se ponen en nuevos riesgos al salir a las calles a luchar por la democracia y la libertad. Lamentablemente en muchos casos terminan arrestadas, maltratadas y hasta asesinadas. Lo peor es que ya el Gobierno de ese país asiático anunció juicios “rápidos” y “precisos” en contra de unas mil personas que fueron detenidas durante las protestas realizadas en varias ciudades de ese país.
No hay que ser feminista para entender los justos reclamos de las mujeres iraníes para poderse vestir de manera libre, y no terminar muertas por simplemente no llevar un velo sobre sus cabezas. Solo hay que saber de las normas retrógradas aplicadas allí y actuar con lógica y sensatez ante la mayor parte de las prohibiciones impuestas a las mujeres, para ser vistos con sospecha y acusados de toda clase de delitos, siguiendo parámetros exagerados como la pena de muerte, lo cual tiene que ser rechazado con mayor contundencia en el mundo entero.
Al ver que las protestas no cesan y que cada vez son de mayores proporciones, la reacción del régimen se ha limitado a una dura represión que se ha traducido en nuevas acciones violentas desde el Gobierno, sin importar las consecuencias, e incluso la generación de nuevas preocupaciones para los iraníes que parecen atrapados en un fanatismo que se expresa, entre otras, en penas de muerte por supuestos delitos en contra del orden establecido. Las cifras más conservadoras hablan de 201 muertos y 12.500 detenidos, durante las manifestaciones.

Ante este panorama, la presión internacional para que no se siga violando los derechos de las mujeres en Irán tiene que ser constante, con sanciones económicas y llamados de atención. Una barbarie como la que se está viendo en ese país no puede admitirse en pleno Siglo XXI, y desde las grandes potencias tiene que hacerse todo lo necesario para que a las mujeres se les respete, por fin, en esa zona del mundo, así como en el resto del planeta en donde también sufren toda clase de atropellos y discriminaciones.