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No quepa duda. La certidumbre es una ilusión. Nos han hecho creer que se debe tener un plan, que hay respuestas para todo y, poco a poco, nos hemos ido olvidando de que la incertidumbre es la única certeza, que en cualquier plan que se tenga hay decenas de factores que pueden influir en el resultado y no son controlables. Incluso la no aceptación de lo mucho que juega el azar en el devenir histórico es muy común, a pesar de que es un hecho.
La tranquilidad que prefieren comprar unos consiste en creerles a los políticos que hablan con mucha seguridad, así lo que digan no tenga sustento. Ya no parece importarle a nadie que un político de carrera mienta, la situación tiende a agravarse en tiempos de exitismo, individualismo y de darle poca importancia a los dilemas éticos.
Hoy, por ejemplo, juegan muchos factores que hacen más incierto el diseño de políticas públicas. Basta una mirada a los Estados Unidos, donde la llegada por segunda vez a la Presidencia de Donald Trump ha puesto los mercados de cabeza, porque ahora se depende del estado anímico o de la idea que se le despertó al mandatario al escuchar su programa mañanero de debate en Fox News. Ese rasgo tan personal es imposible de medir, sobre todo en alguien que puede hoy ser aliado de un régimen fuerte y mañana estar atacándolo.
El filósofo español Daniel Innerarity lo plantea en su libro La sociedad del desconocimiento, así: “Nos conviene reconocer cuanto antes que un mundo en constante transformación deja de ratificar las certezas que teníamos y produce un número mayor de incertidumbres de las que hasta ahora estábamos en condiciones de soportar y esta realidad no debe ser una excusa para la inacción, sino una invitación a buscar otras formas de gestionar esa incertidumbre”.
Para lograr esa gestión es necesario dar conversaciones abiertas para poder escuchar a todo el que tenga algo que decir, y entender que se deben tomar decisiones pensando en el bien común y soltando los egoísmos, sobre todo en países con tantas dificultades como los nuestros. Para lograr un resultado, lo mejor es escuchar a los que saben. Por eso, está muy bien darle valor al Big Data, que para algo han de servir las cifras y las estadísticas, pero no se puede pretender que todo se debe reducir a lo que una máquina nos diga, porque siempre hay un factor humano que debe considerarse. Ya hay mucho autómata tecnocrático que se ha olvidado de las personas para definir las políticas públicas.
Mariana Mazzucato también ha hablado de estos asuntos, al revisar su propuesta de misiones: “Cuanto menos hace el gobierno, menos se arriesga y gestiona, menos capacidad desarrolla y más aburrido es trabajar para él”. Para ella, se está creando un clima de aversión al riesgo, que impide que se logren inversiones para buscar ideas innovadoras, que requieren del primer empujón de recursos públicos. Todo esto, para insistir en la necesidad del diálogo para buscar consensos mínimos y abordar asuntos complejos en la nación, pero también comprensión para saber que no todo sale como está diseñado y que no se pueden garantizar los resultados, pero para aceptarlo también se necesita transparencia.