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La democracia es un sistema que está lleno de problemas, eso ya lo han dicho decenas de autores y por eso cada vez con más frecuencia salen tratadistas a proponer cómo acentuarla, cómo mejorarla o, al decir de Boaventura de Souza Santos: a Democratizar la democracia. Lo peor que puede sucederle a este modelo es que los caudillismos y las derivas autoritarias se consideren salvadores, porque realmente lo que están logrando es enterrar el sistema del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, ayudados en buena parte por los corruptos que, en busca de su propio interés, han sembrado la desazón en los ciudadanos que no ven llegar a sus vidas una mejora en la calidad.
A este nuevo estadio del ejercicio democrático, el coreano-alemán Byung Chul Han lo interpreta en su libro Infocracia como un momento en el que se impone quien controla la narrativa: las campañas electorales dejaron de agitar ideas o propuestas para degenerar en una guerra de la información, o para ser más precisos, de la desinformación. Esta semana ha sido el capítulo culminante de una campaña en Caldas a todas luces deslucida, en la que la facilidad para engañar nos vuelve a las viejas épocas del pasquín, como en La Hojarasca, de García Márquez. Nadie parece informarse por canales seguros, todos son atentos al próximo panfleto, solo que este ya no solo empapela las paredes del pueblo o se mete por debajo de las casas, también se proyecta y se multiplica en un empaque sofisticado de posts, videos, montajes y memes.
¿Por qué es importante esto? Porque las elecciones en aras de democratizar la democracia se han complicado mucho y los proyectos propuestos para reformar el sistema electoral colombiano se hunden una y otra vez, llevando a que los verdaderos demócratas que quieren que el país salga de su estado premoderno en estos asuntos vean fracasar sus ilusiones para conseguirlo. De la manipulación que se ejercía con la papeleta arreglada que se le entregaba al elector, que ni cuenta se daba por quién introducía su sufragio, pasamos a un esquema de tarjetones que con la explosión de candidatos genera dificultades para el ejercicio del voto para muchos. De ahí los enormes números de nulidades o de no marcados, sobre todo en tarjetas para cuerpos colegiados.

La democracia la ejerce cada ciudadano y va más allá del voto, no nos cansaremos de decirlo, se trata de ejercer la libertad de expresión, de participar activamente en las decisiones del Estado, de asumir las responsabilidades que la Constitución le otorga con el mismo rigor con que se defienden los derechos. El voto es una muestra palpable de ello, pero a dos días de las elecciones cuántos de los que asistimos a las urnas sabemos cómo funciona aquello del umbral, o la cifra repartidora o quiénes son los candidatos por los que puedo votar para la Junta Administradora Local, o incluso qué hace esta. Con seguridad algunos llegarán a la urna y no tendrán idea de cómo marcar para el candidato de su preferencia a Concejo o Asamblea. La responsabilidad del ciudadano pasa por informarse bien, no por tragar entero ni por redifundir información falsa. Ahí empieza a jugarse la democracia.