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Nadie cree ya en las palabras de Vladimir Putin, presidente de Rusia, quien hace cerca de un año, tras casi jurar que no estaba en sus planes atacar a Ucrania impulsó una violenta invasión a ese país, con consecuencias nefastas no solo para esa región entre Europa y Asia, sino para el mundo entero. Se cumplen 307 días de este conflicto, que no deja ver la posibilidad de una solución pronta, sino, su profundización en un caos mayor.
“Nuestro objetivo no es hacer girar más la rueda del conflicto militar, sino, por el contrario, acabar esta guerra. Es a lo que aspiramos y aspiraremos”, fueron las afirmaciones del jefe del Kremlin este fin de semana, las cuales fueron muy sorpresivas, ya que dos días antes, tras la reunión del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, en la Casa Blanca, lo que hizo fue salir a amenazar nuevamente con una dura respuesta bélica.
El de Putin es un comportamiento esquizofrénico, al parecer, muy calculado, con el que solo busca confundir y ganar tiempo mientras prepara nuevas ofensivas peores. Decir que está listo para negociar soluciones, cuando en realidad fortalece sus tropas, llevando a cerca de 50 mil convictos condenados por delitos violentos para engrosarlas, y diciendo que encontrará el “antídoto” contra el sistema de defensa antiaérea Patriot que los estadounidenses le entregarán a Zelensky para ayudar en su estrategia militar, no tiene coherencia.
De hecho, resulta evidente el propósito de Putin de aprovechar el duro invierno en esa región para tratar de debilitar a Ucrania y a los países europeos que respaldan a Zelensky, aprovechando su dependencia del gas ruso. El discurso nacionalista del jefe del Kremlin le ha permitido mantener bajo control al pueblo ruso, pese a que muchos se han percatado de la trampa y se han rebelado ante esa manipulación, sin éxito hasta ahora. Ojalá llegue el momento en que el pueblo ruso, en su mayoría, sea conciente del error histórico de su líder y logren el cambio que se necesita.
Tampoco es sincera la intención de diálogo cuando el ofrecimiento va antecedido de la condición de lograr los objetivos rusos, que no son más que la de quedarse con una amplia región ucraniana (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia, Jersón) y generar más estabilidad en la región. Definitivamente, la única salida posible es que el ejército ruso termine la invasión y permita que los ucranianos sigan adelante sin sacrificar ni un centímetro de su soberanía.


Además, los golpes del ejército a ucraniano a los rusos han sido tan contundentes en las zonas que el invasor se ha querido anexar que la actitud bipolar de Putin parece obedecer solo al desespero de quien ve que está perdiendo una guerra que creyó de solución rápida y que no encuentra manera de ganar. Por el contrario, en los 10 meses de combates las bajas rusas son cerca de 25 mil y Putin está más cerca de la derrota que de la victoria, y la última decisión sensata que debería tomar es alistar la retirada.