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La capacidad de pensar con lógica y razonar es un don. Si lo desperdiciamos, es porque hacemos un mal uso de la libertad de la que gozamos como seres humanos. 
Efecto Flint es el descubrimiento que logró un científico de este apellido, al demostrar que la inteligencia de los seres humanos mejoraba con el paso del tiempo durante el siglo XX, desde que Alfred Binet desarrolló el primer test para medir esta capacidad del ser humano en 1904. La mala noticia es que desde principios del siglo XXI, las mediciones parecen mostrar que ya no hay tal Efecto, y que por alguna razón somos cada vez, como humanidad, menos inteligentes. Al menos eso revelan los test.
 Los cambios en la dieta, la creación de herramientas que nos facilitan la vida y no nos exigen hacer cálculos simples, la falta de atención ante la cantidad de información que debemos consumir o tenemos al alcance, la exposición a químicos de todo tipo en la vida cotidiana, se encuentran entre los sospechosos de que esto suceda. El asunto es que los avances tecnológicos llegan para quedarse y lo peor que se puede hacer es tratar de detenerlos. ¿Entonces qué hacer?
 La aparición reciente de Chat GPT, aplicación que funciona con Inteligencia Artificial y que resuelve con gramática compleja cantidad de tareas, ha sembrado una vez más la inquietud sobre hasta dónde vamos a permitir que los aparatos dominen nuestras vidas. Las máquinas no tienen la culpa de hacernos cada vez más débiles, desde que nos ayudan con las cargas pesadas, y tampoco tienen por qué ser las responsables de que no usemos nuestro cerebro lo suficiente.
 El físico catalán José Ignacio Latorre, autor del libro Ética para máquinas, lo plantea así: “En tanto que logramos instrumentos que son mejores que nosotros, nos relajamos y les cedemos espacio. (..) Pasamos a depender totalmente de ellos”. Una aplicación que nos traza la ruta de nuestro destino no tiene por qué ser la razón para que abandonemos la idea de leer un mapa.  Si los estudiantes empiezan a usar la nueva herramienta Chat GTP para hacer sus tareas, esto trae un nuevo reto a los profesores, poner tareas que obliguen más a la reflexión y a la conversación en clase para que entre todos se construya el aprendizaje in situ. Si no ponemos en ejecución nuestras capacidades neuronales se nos atrofiarán. 
 Es evidente que empeoramos en el uso de algunas tareas funcionales y que si no ejercitamos nuestra mente para construir abstracciones, para aplicar operaciones matemáticas más allá de las simples, para solucionar problemas, los únicos que tendremos la responsabilidad de no mejorar nuestras capacidades cognitivas seremos nosotros. La capacidad de pensar con lógica y razonar es un don. Si lo desperdiciamos, es porque hacemos un mal uso de la libertad de la que gozamos como seres humanos.
Debemos ser conscientes de que nuevos usos de la IA nos deben servir para mejorar nuestros rendimientos en muchos aspectos, y es nuestra obligación mantener la mente dispuesta al conocimiento, seguir entrenando esa máquina maravillosa que es nuestro cerebro, además, para que podamos seguir construyendo máquinas igualmente maravillosas. Es cuestión de autodisciplina y esta no depende de una política pública; solo cada uno puede mejorar en este aspecto. Eso sí que sería un avance en la sociedad actual.