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Provocan que sean buenos tiempos para las empresas armamentistas y se dice que para la seguridad, pero si se debe gastar buena parte del presupuesto en armas y ejército, tal vez no sea el mejor escenario de un mundo seguro, sino de un mundo crispado.

Solo España se resiste a subir el gasto militar al cinco por ciento de su PIB, como lo acordaron los demás miembros de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), la alianza de 32 países, forzada a reactivarse y a rearmarse por dos razones. En primer lugar, por motivos propios, después de que la agenda belicista de Vladimir Putin pasó a la acción con la invasión de Ucrania. La segunda razón tiene que ver con la presión ejercida por Donald Trump para que cada miembro del organismo aumentara a este monto su gasto en defensa, como condición para que puedan seguir contando con el más importante de los aliados en este sentido, el propio Estados Unidos.
El Gobierno socialista de Pedro Sánchez en España tendrá que lidiar con la amenaza de Trump de que le doblará los aranceles si no se acoge a este acuerdo, algo que suena desafortunado si se tiene en cuenta que está negociando es con el bloque europeo y no país por país estos asuntos del comercio internacional.
La cumbre realizada en La Haya (Países Bajos) caminó al ritmo del presidente estadounidense, tanto que los periodistas presentes llamaron la atención de si había sido muy débil la oposición de los países miembros y así se lo hicieron saber al secretario general de la Organización, Mark Rutte. Este desestimó los comentarios, por considerar que el acuerdo al que se llegó es necesario para mantener la seguridad y poder seguir contando con bienestar en los países que forman parte.
El nuevo orden mundial ha revivido una especie de guerra fría, eso sí, muy distinta en sus formas de los dos bloques dominantes a los que se llegó después de la Segunda Guerra Mundial y que dieron con la creación tanto de la OTAN, por el lado de Occidente, como de la Organización Pacto de Varsovia (OPV), por los aliados de la Unión Soviética. De hecho, la OTAN cuenta con nuevos miembros, como Finlandia y Suecia, declarados estados pacifistas y el último reconocido por su posición neutral. Sin embargo su cercanía con Rusia los ha hecho temer que sean agredidos.
Esta idea de rearmar los estados se da en momentos de guerras de alto impacto como las que ocurren entre Rusia y Ucrania, o la que terminó rápido, por fortuna, entre Irán e Israel, más las que mantienen activas en otras partes, provocan que sean buenos tiempos para las empresas armamentistas y se dice que para la seguridad, pero si se debe gastar buena parte del presupuesto en armas y ejército, tal vez no sea el mejor escenario de un mundo seguro, sino de un mundo crispado.

El gasto aprobado por los países miembros de la OTAN está distribuido en 3,5% para armamento militar propiamente dicho y 1,5% para otras inversiones como ciberseguridad y otras actividades que ayuden a fortalecer la defensa de los miembros. Se calcula que solo en los socios europeos asciende a un billón de dólares al año, cifra monumental, que impactará, quiérase o no, las finanzas públicas. Esto pone tres caminos para lograrlo: aumentar impuestos, acumular deuda o restringir gasto social. Y así tendrán que hacer, afectando los demás gastos.