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Se instaló la segunda ronda de negociaciones del Gobierno colombiano con los voceros de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln), luego de los malentendidos causados por cuenta del anuncio del presidente Petro, al comienzo del año, de un supuesto cese al fuego pactado, que terminó siendo desmentido por los guerrilleros y que generó problemas serios de comunicación y confianza en el proceso, entre las partes, según los analistas. Por este motivo, el regreso a la mesa, en México es una oportunidad para avanzar en los resultados y se entiende la obsesión del Gobierno para que se cumpla ese anhelado cese. Como es costumbre con esta guerrilla, su idea es muy distinta y piensa que no hay motivos para conceder ese anhelo.
Pronto se está dando cuenta la Presidencia de que esta guerrilla es más complicada que cualquiera otra, como se ha demostrado en los sucesivos acercamientos de todos sus antecesores por lograr un acuerdo para que deponga las armas. El Eln, como es sabido, no responde a una estructura vertical y las motivaciones de hoy son muy diferentes a las que le dieron origen. Su decidido uso de todas las formas de lucha, su combinación sin escrúpulos con el narcotráfico, su aprovechamiento de las zonas de frontera con Venezuela para delinquir también en ese país mientras se refugia muestran a las claras que aquí los intereses no son solo por un diálogo nacional, como tantas veces exigen, o por mejorar las condiciones de las personas que dicen representar. Aquí hay mucho más en juego, lo mismo que fracturó la unidad de las Farc en su momento y que hoy se ve reflejado en la presencia de disidencias convertidas en estructuras criminales y narcotraficantes.
Es casi una paradoja que en un país donde la izquierda logró alcanzar el poder por la vía democrática se mantenga una autodenominada guerrilla también de izquierda combatiendo el Estado, pero esa es la confusa realidad colombiana, que parece en sí misma una complejidad mayor que la que se ofrece en otros escenarios. Por el bien del país, bueno sería que esta nueva ronda de diálogos en México, con el acompañamiento de países amigos, pueda traer buenas noticias, pero no es seguro que así sea y si algo se ha aprendido en los últimos años es que primero tiene que ganarse la confianza, luego se deben debatir los temas en profundidad y sin remilgos para pasar a los hechos. Así es como se pueden garantizar resultados en el mediano y largo plazo. De nada sirve hacer anuncios prontos, que después no puedan ser concretados en la realidad. Los procesos de los años 80 y 90 que fracasaron lo hicieron en buena parte por el exceso de optimismo.

Esperemos que el equipo negociador, encabezado y acompañado por quienes también buscaron en los fusiles y en la violencia la reivindicación de lo que creían justicia, sepa llegar a buen puerto en este camino. Si algo le conviene al país es ir desarmando estas agrupaciones. No obstante, es vital que se entienda que los márgenes para las concesiones jurídicas se van estrechando en el contexto internacional, toda vez que la humanidad es menos tolerante a perdonar crímenes de lesa humanidad, a hacer borrón y cuenta nueva y exige unos mínimos parámetros de justicia, algo de reparación y mucho de verdad. Para eso Colombia ya tiene toda una estructura funcional pública montada sobre la base de la negociación con las Farc, ojalá sobre eso mismo se siga pensando y trabajando.