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Fue una semana que planteó serios interrogantes no sólo de la Asamblea general, sino de sus agencias.

Se celebró la 80 Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en uno de sus momentos más difíciles, cuando enfrenta el duro reto de demostrar su importancia en la preservación de la seguridad mundial y en una época de confusión y retos planetarios. Fue una semana que planteó serios interrogantes no sólo de la Asamblea general, sino de sus agencias.

Donald Trump llegó al escenario con una andanada de críticas al papel de la organización, algo esperable en alguien que duda del multilateralismo y que ha emprendido un discurso chovinista para su país, la misma nación que llegó a ser inspiradora de lo que podría ser un orden mundial en el que todos los territorios contribuyeran unos con otros con el fin de ayudar a reducir los índices de pobreza en el mundo y a equilibrar el suministro de servicios a las más pobres.

También era de esperarse que varias naciones aprovecharan para reconocer el estado Palestino en busca de que cese la matanza en la Franja de Gaza, así como sus ideas expansionistas. De nuevo Netanyahu en un recinto casi vacío acusó a quienes mostraban empatía por los gazatíes; Sin embargo, después se conoció un proyecto para terminar la guerra en el que está involucrado Estados Unidos con ayuda del expremier británico Tony Blair y algunos países árabes. Esperemos que sea más que una esperanza y que sirva para devolver a casa a los 48 secuestrados, 20 de ellos aún vivos en poder de Hamás, según se cree. Eso sí, un estado de transición requiere la desaparición de los grupos terroristas y el compromiso israelí de respetar a sus vecinos.

El presidente Petro no podía faltar en la Asamblea y aprovechó para decir tantas cosas rocambolescas que pierden sentido las pocas frases en las que puede estarse de acuerdo con él. Instar a guerras, lanzar ideas caducas sobre el imperialismo o casi exaltar el legado asesino de Stalin, mientras compara a Trump con Hitler es como para darse cuenta de una vez por todas del pésimo papel que cumple nuestro mandatario como máximo jefe de las relaciones internacionales. Su retórica calenturienta y deshilvanada lo pone en el plano de los mandatarios que no son tomados en serio.

Mientras tanto, siguen sin freno los grandes problemas del mundo como el cambio climático, la pobreza extrema, el apartheid educativo, el analfabetismo digital, que amplía las brechas entre norte y sur. Es como si no hubiera dolientes o esperanza para los temas más críticos en los que la ONU está llamada a jugar un papel vital. Que este organismo puede revisar su burocracia, sí; que debe modernizar algunas de sus instituciones y procedimientos de gobierno, también; pero que la solución está en acabarla, por supuesto que no.

En su más reciente libro, Nexus, el pensador judío Yuval Noah Harari plantea que a todos nos molesta la burocracia, pero reconoce lo necesaria que resulta esta para el sostenimiento de las instituciones en las que se basan las naciones democráticas. De tal manera, que los 80 años de esa esperanza de solidaridad internacional llamada ONU no fue tanto de celebración, sino de aguante. Esta semana que pasó en Asamblea debe servir para recordarnos a todos, que independiente de los reclamos que debamos hacer sobre las formas del organismo, son muchísimos los beneficios que ha permitido su coordinación en diferentes frentes. Y por eso sí vale la pena celebrarse.