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Ministros de países que representan las economías más poderosas y emergentes del mundo se reúnen desde ayer en Brasil, en la primera reunión de cancilleres del G-20 de este año. Llegar a consensos no será sencillo por el talante de lo que los congrega: fijar posiciones sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, que completa ya dos años; el conflicto en la Franja de Gaza, que se agrava con nuevos ataques; sumado a la gobernanza global. Los enfrentamientos siguen tiñendo de sangre el mundo, dejando miles de muertes e impactando sobre países pobres y menos desarrollados.
Hace un año, el encuentro de este Grupo de los 20 cerró sin una declaración colectiva, aunque a la mesa se había llegado con la urgencia de decidir sobre la guerra en Ucrania. Parece increíble no poder establecer acuerdos sobre cuestiones humanitarias por anteponer los intereses políticos y económicos. Son tan profundas las divisiones en el mundo y es tal la tensión, que hay temor de que se afecten acuerdos establecidos el año pasado para promover la seguridad alimentaria y energética, el cambio climático, la crisis de deuda pública.
Los países del G-20 deberán votar sobre el proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de pedir el alto al fuego. En este encuentro se espera la participación del secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken; y del ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov. Ojalá no sea otra reunión para avivar posturas irreconciliables y de extremos, como las que el mundo ya ha visto, ni para dar muestras de poderío frente al mundo. Su presencia como líderes y su experticia debería ayudar más bien a llegar a acuerdos de lo que se requiere en materia de paz y resolución de conflictos.
La autonomía de los países es necesaria, pero esta no tiene razón de ser, sino la alienta la mejora de sus pares, a partir del multilateralismo, de entender que hay bienes superiores por los que la humanidad debe trabajar: paz y desarrollo. Los países que forman parte de este selecto club deberían escuchar las voces que claman para que cesen los sangrientos enfrentamientos y acciones bélicas, que aumentan la pobreza y obligan a aumentar el gasto militar. El poder de estos países es de tal magnitud que si todos se pusieran de acuerdo y se juntaran en una posición lograrían ponerles freno.

Latinoamérica está representada en el G-20 por Brasil, Argentina y México, los tres con serios problemas en sus economías, y que por tanto buscan influir, desde orillas distintas, en decisiones que favorezcan a los países en vía de desarrollo. Brasil, como anfitrión y presidente del grupo hasta noviembre, quiere orientar las discusiones hacia la reforma de organismos como la ONU, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, para lograr mayor participación. En eso también ha insistido Colombia a través del presidente Petro. Pero parece no ser el momento para ocuparse de estos asuntos, que podrían desviar la discusión central que ocupa al mundo: parar las guerras.