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Los trolls son personajes mitológicos escandinavos, que se representan en imágenes antropomorfas. Ese es el nombre que se les ha dado en tiempos de internet a personajes que se dedican a ser molestos, provocadores o pendencieros en las redes sociales. Los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y de El Salvador, Nayib Bukele, parece que quieren graduarse en esa posición porque pretenden manejar sus relaciones políticas a través del Twitter, con todo lo malo que esto entraña y, peor, cuando dan un espectáculo que le resta dignidad a la política y a los cargos que ocupan.
Es claro que las visiones de Estado y de Gobierno de estos dos mandatarios están en orillas opuestas, pero no por eso tienen que solucionar sus diferencias ideológicas como si se tratara de dos influenciadores vendiendo sus productos o imponiendo sus marcas. Triste espectáculo el que nos han dado en sus enganches. Las vías diplomáticas existen por razones de peso y, precisamente, para que no escalen diferencias que pueden ser solucionadas sin afectar las relaciones entre los países ni a los pueblos, que es lo más importante.
La cuestionable estrategia de uno de los presidentes más jóvenes del mundo para combatir a las organizaciones criminales en su país hasta ahora le han dado resultados. Otra cosa es que hay quejas de que se han presentado excesos y violado los Derechos Humanos, pero son el pueblo salvadoreño y los organismos multilaterales creados para salvaguardar las democracias, los que deberán revisar si estas críticas tienen fundamento.
El problema con los presidentes tuiteros consiste en que en su idea de comunicarse directamente con los gobernados caen en el mayor problema de las redes sociales: opinar de todo sin filtro, en la mayoría de las veces, sin los elementos de juicio necesarios. Cuando eso lo hace un ciudadano de a pie no hay problema, pero cuando quien comete este tipo de yerros es un mandatario, pues falsea la realidad con todo lo que esto entraña para un personaje público que debe inspirar credibilidad.
Después de un intercambio de mensajes que tuvieron los dos presidentes hace un par de semanas, Petro aprovechó una noticia en CNN que dio cuenta de que funcionarios salvadoreños hicieron pactos con las pandillas para que se redujera el crimen y la emprendió de nuevo contra la política que se cumple en ese país, lo que generó la respuesta del mandatario salvadoreño. Lo triste es que cuando tantas personas intentan trabajar para que se reduzca la agresión en las redes sociales y se invita a opinar menos e informarse más, sean los presidentes de dos países quienes se enfrasquen de esta manera, dejando de lado todos los protocolos que se deben tener en cuenta en las relaciones diplomáticas.


Por opiniones como esta, Petro ya se ganó del Congreso de Perú que lo declarara persona no grata por opinar sin continencia contra las acciones del Gobierno del vecino país para controlar las protestas. El problema es que lo que empieza como una diferencia política puede terminar en afectaciones en las relaciones económicas y migratorias, simplemente por querer imponer desde el ego de cada uno su visión como la única posible. Así es muy difícil construir democracia, porque esta para que sea mejor requiere del disenso y del respeto por la forma de actuar del otro. Y con seguridad, esta no se construye en las redes sociales