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Las contralorías son las encargadas, de acuerdo con la Constitución, de ejercer el control fiscal en el país, el cual debe ser posterior y selectivo. Sin embargo, se ha vuelto costumbre que cada tanto un contralor de turno convoque a los medios y hable de pérdidas millonarias en entidades, de elefantes blancos al por mayor, de investigaciones por doquier, pero casi nunca sucede algo con esto. En Manizales hemos tenido ejemplos para dar y convidar. La semana pasada se tuvo en Manizales la visita del subcontralor General de la República, con funciones de contralor, Carlos Mario Zuluaga Pardo, quien de nuevo llamó la atención sobre obras críticas en el departamento, así como sobre recursos que se encuentran comprometidos y obras que ya son catalogadas de elefantes blancos.
Lo curioso es que en el mismo listado que mostró el funcionario se observan por lo menos 15 obras terminadas, pero que, de acuerdo con lo mencionado desde allí, son críticas, es decir, que no se han podido concluir por su lento avance o por falta de recursos. Es como si no se actualizara la información, asunto que también ha sucedido en otros momentos. No se le puede dar el ciento por ciento de credibilidad a un informe que cuenta que hay una obra inconclusa, cuando fue inaugurada hace por lo menos dos años y se encuentra funcionando, como sucede con varias sedes educativas mencionadas en los informes y cuyas puestas al servicio han sido de público conocimiento.
Estas son las cosas que hacen dudar de que se requieran las contralorías. Desde hace mucho rato estos organismos que deberían servir para la vigilancia y el control se han convertido en feudos políticos, en lugar para la transacción clientelista. Lo que deberían hacer es recuperar dinero perdido del erario, pero esto se da en muy poca proporción. A lo anterior, hay que sumarle que sigue sin tener sentido esa estructura en la que se cuenta con tres contralorías distintas y ninguna depende jerárquicamente de la otra: la municipal, la departamental y la nacional.
Es el momento de recordar que Caldas está sin contralor titular desde hace más de año y medio y a nadie le importa, lo que muestra lo innecesario del cargo. Como si fuera poco, se teme que las contralorías se usen para presionar a funcionarios en apoyar a ciertos candidatos, con la amenaza constante de que si no se da tal cosa, entonces les revivirán investigaciones pendientes.

También sucede con los elefantes blancos. Se convirtió en un buen informe para captar titulares de prensa, pero se quedan allí asuntos tan viejos que se deben superar en cualquier momento, como sucede con los bienes inútiles en cualquier inventario. Llega el momento en que se dan de baja si ya no hay manera de rectificar el rumbo. El verdadero balance de la Contraloría en estos asuntos debería ser: cuántas personas hay sancionadas por esos bienes que se quedaron como monumentos de la ineficiencia administrativa y cuánto dinero se recuperó de esas malas inversiones. Pero sacar el mismo listado ampliado cada tanto, solo muestra el ánimo del escándalo y eso le queda tal vez bien a la prensa amarilla, pero no a una institución que debe caracterizarse por su seriedad y su imparcialidad.