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Se desarrolla en Egipto la cumbre del Medio ambiente y contra el Cambio Climático COP27, promovida por las Naciones Unidas, en la que se reflexiona acerca de la actual crisis ecológica y las posibles soluciones. Se han escuchado allí interesantes discursos que buscan señalar posibles caminos para que la humanidad afronte con éxito esos enormes desafíos. Lo clave es que las acciones que se asuman sean realistas y posibles, ya que de lo contrario serán solo mensajes lanzados al viento que pueden sonar bonito, pero que serán irrealizables.
En ese sentido, las palabras del presidente colombiano, Gustavo Petro, deben analizarse de manera crítica, y buscando aterrizar sus conceptos en la realidad del mundo. Si bien es necesario soñar en futuros ideales, también hay que poner los pies en la tierra y actuar sin que la búsqueda de un supuesto equilibrio signifique crear otros desequilibrios que podrían resultar perjudiciales para el propio futuro de la humanidad. No se puede buscar un supuesto mejor futuro poniendo ese mismo futuro en peligro. 
Hablar de que se debe poner fin a la industria de hidrocarburos en el mundo y dejar de consumir petróleo y carbón es algo que debe ser un objetivo en el largo plazo, al que pueda llegarse sin generar nuevas crisis que impliquen, en este caso, problemas graves para la economía y el desarrollo. Sin duda, hay que aspirar a llegar a esas transformaciones, pero se necesita mucho realismo para también poder avanzar y pisar en terreno seguro. Creer que ese es un cambio que puede hacerse con rapidez es, sin duda, temerario.
Resulta, quizás, iluso, que en un escenario como ese pueda ser escuchado seriamente el presidente de un país tercermundista, y menos diciendo cosas, a lo sumo, desfasadas para el momento. Si, a veces, algunos líderes de las naciones más contaminantes que se atreven a hablar de la lucha contra el cambio climático no se toman ni ellos mismos en serio lo que dicen, menos van a atender los llamados de Petro, aunque tenga razón en sus preocupaciones. Si lo que quiere es mostrarse como un líder comprometido con los temas ambientales, bien podría hablar de la necesaria transición energética como un proceso que necesitará décadas en consolidarse.
Un discurso posible es que se tenga el propósito real de destinar cada vez más recursos a las nuevas energías, y que incluso los combustibles fósiles financien esas industrias limpias, pero no puede pensarse en un freno en seco, eso sería un verdadero suicidio para la humanidad. Hay que partir de la base de que el criterio de sostenibilidad también hay que aplicárselo a la economía. Si se erosionan sus bases por perseguir una ilusión poco sustentada podríamos estar cometiendo un grave error. Si las grandes potencias lo emprendieran podría tener alguna razón de ser, pero un país como el nuestro, solitario en esa aventura, solo cavaría su propia extinción. 

De lo dicho por Petro lo destacable es su llamado a cumplir los compromisos de protección de la Amazonia. Ese es un pulmón de inmensa valía que tiene que ser cuidado de manera rigurosa, sin permitir más tala de árboles, ni atentados ambientales como los que ha afrontado. Está bien que desde Colombia se haga presión al resto del mundo para que se respete el medioambiente y se asuma seriamente la lucha contra el cambio climático, pero eso hay que hacerlo con propuestas más aterrizadas.