LA PATRIA | MANIZALES
A Doña Margarita le extrañó que su esposo, el comerciante y empresario manizaleño, Álvaro Enrique Aristizábal Calderón, no regresara a su casa después de salir el domingo en la tarde.
Quizás, la última que lo vio con vida fue Sandra Milena Román, administradora del restaurante Albahaca, hasta allí llegó su jefe en una camioneta esa tarde a recoger unos dineros. Pero al caballero amable, como ella lo recordó, no lo volvió a ver.
Preocupada, su esposa llamó a familiares y amigos, pero nadie le dió razón. Solo ayer supo la peor noticia. Cerca de 8:00 de la mañana, las autoridades la llamaron para informarle que el cuerpo lo hallaron en un hueco, a un lado de una estrecha, polvorienta y solitaria vía del sector La Quinta, de la vereda El Arenillo, de Manizales.
A Aristizábal Calderón, de 52 años, y dueño de los restaurantes Driven In Cerritos y Albahaca, en la capital caldense, le dieron un tiro en la frente, lo tiraron en esa zona boscosa y huyeron.
Las huellas del horror
Cuando eran las 7:30 de la mañana, a unos 100 metros antes de la escena del crimen, los pocos residentes que salían de las casas vecinas, debieron esperar para avanzar hacía sus trabajos o estudios, mientras la Sijin y el CTI de la Fiscalía inspeccionaban el cuerpo y la escena del asesinato.
En el matorral permanecián, aún después de las diligencias de las autoridades, las gafas que, al parecer, serían las que siempre colgaban de su cuello. Ahí quedaron las huellas del horror que padeció. Los vecinos murmuraban que lo habían traído, porque nadie lo conocía en esa zona, la misma en la que hace cuatro años y medio mataron a un policía. Allí, aseguraban los habitantes, ahorcaron a don Vicente Ceballos, un habitante de la vereda.
A las 9:30 de la mañana una camioneta con hombres de la Sijin volvió al lugar del asesinato para hacer pesquisas. Mientras tanto, en los alrededores del bar y restaurante Driven In Cerritos, los vecinos recibían, asombrados, la noticia de la tragedia.
Impactados e incredulos
Nadie lo podía creer. Claudia Patricia Ramírez y William Rubiano, dos empleados de ese bar, no se explicaban cómo un ser tan sencillo, amigable, humano y excelente patrón, había caído en las crueles manos de los matones.
Ellos aún recuerdan, en medio de la nostalgía, la fiesta en la que hace un año compartieron con su jefe regalos y una comida especial que les ofreció. Allí, se mostró recochón para integrarlos, el fin era agradecerles por su largo y fiel servicio.
Sin embargo, ayer las gracias póstumas se las devolvieron sus empleados al conocer la noticia del crimen: “Lo que tengo se lo debo a él, que me dio la oportunidad en estos 10 años de labores. Siempre lo saludaba a uno con cariño, donde lo viera. Además, si alguien necesitaba trabajo, bregaba a ubicarlo en alguno de sus negocios”, rememoró Claudia.
La víctima tenía locales en el Valle del Cauca y en Bogotá, donde había montado uno recientemente y viajaba con mucha frecuencia.
Sus allegados contaron que fue dueño del Bar C, (en el Cerro de Oro) y del Estadero Las Colinas (en Chipre). Además, organizó fondas y arrierías en varias Ferias de Manizales.
En la última feria, al ver que había tanto trabajo, como si fuera un trabajador más, acompañó a sus empleados del Restaurante Albahaca, cerca al local de Arturo Calle, en la Avenida Santander. Fue cuando compartió más tiempo con ellos durante este año, ya que siempre llegaba, se tomaba un tinto, revisaba que todo estuviera bien y se marchaba, contó Nhora, una trabajadora.
Investigan
Según el coronel Mario Fernando Guerrero, comandante de la Policía Metropolitana de Manizales, desde el momento de los hechos, se adelantaban las investigaciones para capturar a los asesinos y establecer cómo ocurrió el crimen de este comerciante.
Nhora, la empleada del Restaurante Albahaca, contó que en septiembre pasado jugó con ellos amigo secreto. Como aquel juego, hoy los motivos de su crimen son un misterio.
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