Carlos Elliot Jr. no solo canta y toca la guitarra. Él invoca una geografía sonora donde el alma del blues dialoga con el espíritu de la montaña andina, el tambor de los nativos americanos y la memoria del jornalero cafetero.  Su quinto álbum, Soul Boogie, es la más reciente parada de una exploración musical y espiritual que ha trazado entre los ríos Otún y Mississippi, entre las veredas de Risaralda y los juke joints de Nueva Orleans. “Soul Boogie es la danza del alma, el viaje del espíritu”, dice Carlos E

Foto | Cortesía | LA PATRIA | PEREIRA El 23 de mayo Carlos Elliot jr. lanzará Soul boogie en el teatro Comfamiliar de Pereira. Su quinta producción es un viaje por el alma de la diáspora americana.

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Carlos Elliot Jr. no solo canta y toca la guitarra. Él invoca una geografía sonora donde el alma del blues dialoga con el espíritu de la montaña andina, el tambor de los nativos americanos y la memoria del jornalero cafetero. 

Su quinto álbum, Soul Boogie, es la más reciente parada de una exploración musical y espiritual que ha trazado entre los ríos Otún y Mississippi, entre las veredas de Risaralda y los juke joints de Nueva Orleans.

“Soul Boogie es la danza del alma, el viaje del espíritu”, dice Carlos Elliot, guitarrista, cantante y compositor pereirano que ha dedicado los últimos quince años a desentrañar los vínculos profundos entre la música popular y la memoria ancestral. 

El disco contiene doce canciones y marca una nueva etapa en su carrera, donde el blues primitivo no se limita a ser influencia, sino base ritual sobre la cual se entretejen géneros tan diversos como el funk, el R&B, la cumbia y la música andina.

Del rock clásico al blues del Delta

Su acercamiento al blues comenzó desde niño, cuando quedó fascinado por las raíces que sostenían el rock and roll clásico. 

“Escuchaba a los Rolling Stones, a Led Zeppelin, a Black Sabbath, y entendía que lo que hacían venía de una raíz profunda, que era el blues”, recuerda. La búsqueda se intensificó con los años, llevándolo a estudiar los linajes eléctricos del género y a viajar directamente al lugar de origen: el Delta del Mississippi.

“Allá fue donde todo cobró sentido”, relata. “Estar en Memphis, en Nueva Orleans, hablar con músicos locales, entender la historia de la esclavitud, de la resiliencia… ahí entendí que el blues no es solo un género: es un lenguaje universal hecho por afrodescendientes en territorio nativo americano con instrumentos europeos. Esa mezcla lo convierte en un mensaje que trasciende continentes y épocas”.

 

Blues campesino: de la vereda a la diáspora

Esa universalidad del blues fue también lo que lo llevó a buscar conexiones con la música rural de su propia tierra. 

En sus palabras, encontró un espíritu común entre las fiestas de patio en Mississippi y las parrandas campesinas en las veredas cafeteras de Risaralda, como sucede en La Florida, corregimiento de Pereira.

“La música rural bailable en Colombia también es ritual. No es tan distinta a lo que sucede en el Cedar Hall o en un juke joint del sur de Estados Unidos. Es una forma de resistir, de celebrar, de convocar al espíritu”, explica. 

Fue así como surgieron colaboraciones con artistas como Rubiel Pinillo, con quien construyó un puente entre el blues y la música campesina. “Rubiel es el vecino de la vereda que ha heredado un arraigo cultural familiar. Su voz y su música están llenas de verdad, de raíz”.

Un manifiesto musical y espiritual

En Soul Boogie, cada canción es un capítulo de una narrativa sonora que va desde la conexión con la naturaleza hasta una profunda meditación sobre el poder espiritual de las culturas originarias. “Este disco es también un manifiesto”, afirma. 

“Un manifiesto sobre el poder del origen, sobre la necesidad de resignificar la figura del indígena no como alguien marginado, sino como un sabio, como un sobreviviente portador de una cosmogonía valiosa”.

La carátula del álbum resume esa idea: un águila en pleno vuelo, enfocada en su presa, con el cielo reflejado en su pico. “El águila es el observador del observador. Representa ese estado de claridad mental y enfoque espiritual. Cada canción del disco está guiada por ese símbolo”.

En canciones como Ahora, el bonus track del álbum, se integran elementos andinos como la zampoña y el charango, con la colaboración de William y Germán Piñeros del grupo Canto Andino. 

“Queríamos que el disco terminara con un homenaje a los valles andinos, que también son parte de esa gran diáspora espiritual que recorre el álbum”, dice.

Una música para el alma, la danza y la resistencia

Para Carlos Elliot, hacer música no es solo crear sonidos, sino levantar memoria, encender el fuego interior y generar encuentro

En su visión, el blues y la música andina no están separados por continentes, sino unidos por una raíz común: la voz de los pueblos que han resistido el olvido, que han transformado el dolor en celebración.

“Estamos haciendo música para el espíritu. Para que baile en el páramo, en el delta, en el Danubio, en donde sea. La música es la fogata donde se reúnen las almas”, concluye.


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