Angélica María Rodríguez Ortiz

Foto I Cortesía para LA PATRIA 
Angélica María Rodríguez Ortiz, doctora en Filosofía, docente investigador de la Universidad Autónoma de Manizales y de la Escuela Normal Superior de Manizales.

Autor

Angélica María Rodríguez Ortiz*

El pasado martes, 07 de octubre del año en curso, se informó al mundo que el Premio Nobel de física fue otorgado a John Clarke, Michel Devoret y John Martinis — científicos de Reino Unido, Francia y Estados Unidos — por su estudio en torno al descubrimiento del efecto túnel cuántico y por la cuantificación de la energía en un circuito eléctrico que permitió evidenciar este fenómeno a nivel macroscópico.

Sin duda alguna, este paso experimental del nivel microscópico a un macronivel traerá cambios en la comprensión del funcionamiento del mundo: por ello, habrá que preguntarse también, si estas mutaciones paradigmáticas por fin nos llevarán a pensar en nuevas formas de educar, cambios no solo en la enseñanza de la física, sino todas las áreas del saber, pues el reconocimiento con un Nobel a este hallazgo moviliza estructuralmente el pensamiento, y permite empezar a enseñar otras formas de lógica, repensar las representaciones semióticas usadas en la enseñanza de la química y, por su puesto, abre puertas de reflexión y cuestionamiento a la filosofía al plantear nuevas cuestiones éticas para reflexionar en las aulas con aquellos jóvenes que serán los nuevos profesionales que se espera cambien la sociedad.

Hacia 1928, George Gamow y su equipo de trabajo dieron los primeros pasos en el modelo cuántico para explicar la desintegración alfa de los núcleos atómicos. Estos científicos presentaban el fenómeno de la partícula atravesando una barrera mayor a la propuesta en la energía cinética, desafiando así los principios de la física clásica.

Este descubrimiento empezó a transformar el pensamiento no solo en la física, sino en la química pues ello implicaba un cambio en la concepción del átomo. Cambio que poco o nada se evidenció en las aulas, en especial, porque la representación del átomo en la enseñanza de la química ha estado aunada a la física clásica que representa un modelo planetario, en el que el núcleo está en el centro y los electrones giran a su alrededor.

Así, aceptar el túnel cuántico llevaba a que los químicos y docentes de química aceptaran una nueva representación en un modelo ondulatorio y probabilístico, en el que los electrones no tienen ondas definidas y están condensados en una nube electrónica; algo que pocos docentes llegan a trabajar en el aula.
Aunque este avance se dio hace casi 100 años, en las aulas se siguen observando modelos planetarios del átomo en carteles y cuadernos de los niños, lo que evidencia que aunque la ciencia avanza, quienes la enseñamos seguimos arraigados en los modelos teóricos que nos brindan seguridad a la hora de explicarlos, y son estos modelos los que se llevan al aula.

¿Cómo aceptar que podamos “atravesar” barreras, “de formas invisibles”, si somos un compuesto de partículas? ¿Cómo creer en un postulado que afirma que existe una probabilidad infinitesimal de pasar barreras en un mundo macroscópico? Quizás, en el mundo subatómico se podría aceptar, pero como no llegaba a ser observable para muchos no pasaba de ser una forma más de entender el mundo, que aunque no carecía de valor, tampoco llegaba a tener el valor suficiente para ser llevada como creencia científica al aula, al menos no —esperaría yo — hasta antes del experimento del túnel cuántico a nivel macroscópico. Y digo que espero, porque el estudio que dio origen a este premio ha dejado en evidencia “observable” que los electrones operan en un modelo ondulatorio, lo que nos debe llevar a cambiar la forma de ver y entender el mundo.
Sin duda alguna, la física cuántica trabaja desde otros principios y leyes que difieren de la física clásica; leyes que nos obligan a pensar el uso de nuevas lógicas cuánticas, las cuales escapan a los principios observables que no admiten indeterminaciones.

Esto nos lleva a pensar, como maestros de matemáticas y filosofía, si estamos dispuestos a aprender y llevar al aula estas nuevas lógicas que escapan a la lógica clásica booleana y trabajar con valores de indeterminación; de igual forma, el modelo ondulatorio del átomo exige a los docentes de química presentar ambos modelos y sacar del aula el privilegiado modelo representacional del átomo de Bohr, y dar mayor credibilidad a la propuesta de Schrödinger en el modelo cuántico, lo que exige nuevos discursos, nuevas formas de hacer transposición didáctica. 

En el campo de las humanidades y las ciencias sociales no resulta ser menor el impacto. Las reflexiones desde el comportamiento social y los impactos tanto positivos como negativos no se hacen esperar, máxime si lo que pretendemos es llevar a que nuestros estudiantes comprendan y piensen críticamente su entorno.

Por ello, los docentes de filosofía, en especial, desde la filosofía de la ciencia y la tecnología, así como desde la filosofía moral deberán iniciar reflexiones sobre el conocimiento que se ha reafirmado en la física cuántica y sobre las aplicaciones de este nuevo hallazgo y su uso en computadores y tecnologías cuánticas, el dominio y control de informaciones y los datos que se puede llegar a dar con estas nuevas tecnologías; lo que abre paso a un sinfín de probabilidades en la reflexión y el diálogo en el aula.

Surgen, entonces, algunas preguntas: ¿estamos preparados para cambiar nuestra forma de ver el mundo, para enseñar desde estas nuevas concepciones, cuando los modelos de la física clásica nos han brindado mayor seguridad desde lo que podemos sustentar en la observación?, ¿a qué desafíos nos enfrentamos los maestros con este nuevo hallazgo en la física cuántica y cómo llevaremos a que nuestros estudiantes exploren desde otras concepciones este mundo que habitamos y que, en su mayoría, resulta incierto?, ¿estamos preparados para desaprender y aprender nuevas formas de entender  y explicar el mundo, nuevos discursos y otras formas de enseñarlos?

Sin duda alguna, el mundo cuántico nos trae diversas sorpresas no solo en la ciencia cuántica, sino en la vida cotidiana, y algunas de estas crearán resistencia, como hasta ahora, no solo en la ciencia, sino en la enseñanza y en la vida misma; una resistencia mental que puede llegar a ser un autoengaño doloroso si no estamos abiertos a nuevas formas de pensar y entender aquello que nos rodea.

*Doctora en Filosofía, docente investigador de la Universidad Autónoma de Manizales y de la Escuela Normal Superior de Manizales.


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