Foto | Lector | LA PATRIA Enrique Bernal Arango

Debo empezar por decir que mi abuelo al que siempre le dije Tito era un hombre elegante, con buen porte, excelente gusto y como buen descendiente de los Bernal Arango marcando la diferencia; sabio, de gran inteligencia e inmenso corazón. Tengo que reconocer que la mayoría de mis habilidades y gustos los heredé de él: el amor, el ganado, los caballos, las cabalgatas, la pesca. Era experto en fincas, en ‘matada de marranos’ y en el aguardiente Cristal, el elíxir de la vida para él. Con nostalgia recuerdo que de pequeño lo hacía regañar de mi mamá y de mis tías porque en las cabalgatas fumaba y tomaba en exceso. Sabiendo que él era ganadero sin ganado, era un verraco, capaz de muchas osadías e incapaz de pocas, por ejemplo, capaba ganado parado y por lo mismo, por esa pasión, le voy a cumplir el sueño de tener una finca ganadera. No miento si digo que su corazón dejó de latir dos veces: la primera cuando mi Tita Esperanza falleció, sin embargo ese corazón fue resucitado por un ángel llamado Beatriz, una mujer con una gran capacidad para amar y consentir a mi Tito. Pero su corazón se fue deteriorando hasta este infausto día que dejó su cuerpo físico, luchando por su vida hasta el último aliento y aunque fue una faena dura para todos, finalmente se fue en paz, con la satisfacción de haber hecho las cosas bien y con mucha dedicación. Me gradué de la universidad y por supuesto el invitado de honor era mi Tito; él sin falta, siempre me acompañó en los eventos más importantes de mi vida porque fui su secretario, su ‘pategurre’, el ‘caquimbo’ y muchos sobrenombres más que me ponía con cariño. Sé que a mi Tito no le gustaban las groserías, pero como el dolor es el precio del amor, sinceramente ‘qué dolor tan hpta.’
Camilo Luna Bernal